domingo, 28 de octubre de 2012

Simetría


Un nuevo relato con un narrador que dosifica sabiamente la información, en este caso para crear un ambiente nebuloso tenso y ligeramente onírico. Empar Martí lo ha vuelto a conseguir:

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La viajera lee, o tal vez únicamente sujeta el libro, en su asiento de primera clase, sola, junto a la ventanilla.

El visitante, mientras, ha llegado ante ese departamento del vagón central. Observa  un poco. Espera.  La viajera pasa la hoja del libro. Entonces él abre la puerta; ella guarda su lectura; él entra y se sienta.
Él no lleva ningún equipaje, solo un sombrero que, negligentemente, sostiene sobre su rodilla.  Pregunta: ¿Le molesta que fume? Ella contesta: No, adelante.

El tren aminora la marcha. Durante unos segundos se detiene, y, al volver a moverse, también lo hace su conversación que, de momento, avanza entre vaguedades. Los ojos de ella se iluminan.

La locomotora despliega su potencia en la oscuridad, y las tenues luces  dejan ver poca cosa más que siluetas. Cualquier resto de paisaje queda ahora escondido, detrás de las cortinas de las ventanillas. En ese instante la conversación ha vuelto por caminos convencionales.

En un momento dado, él, con una sencilla pregunta la sorprende: ¿Qué libro leía usted? Oh, uno cualquiera. Ya, pero usted perdone, mi curiosidad es insaciable. Ella continúa con evasivas. Él insiste: cuando he entrado, usted ha pasado la página de derecha a izquierda. Ahora ella parece que tiembla. Como derrotada, le muestra el libro.

El visitante lo abre, lo lee, o parece leerlo: Shema Israel Adonai Eloheinu Adonai Ejad;  Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno, comenta.

La viajera pasa en tan solo unos segundos del aparente pánico a la sorpresa y el alivio. Parece como si ambos hubiesen abierto unas ocultas compuertas que, durante mucho tiempo, hubiesen retenido secretos inmensos. Esa apertura ha dado paso a una fluidez de verbos que solo se detiene cuando, el tren, de manera casi imperceptible, comienza el proceso de desaceleración.

Él se excusa, ella argumenta que también va al lavabo. Ambos salen en sentidos opuestos, dejan atrás el baño y cruzan las puertas que llevan a los respectivos vagones continuos. Dos hombres esperan en el primer departamento de cada uno de los coches.  

En los dos grupos de tres personas se encienden cigarrillos. Los diálogos son casi idénticos en ambos extremos: él/ella es el hombre/mujer que buscábamos no hay ningún tipo de duda, entendía el hebreo. Después de la conversación estoy segura/estoy seguro de que él/ella es quien ha estado pasando a los judíos.

Repasan el plan. Cuando los agentes terminen con el trabajo  deberán abandonar el tren, y  tomar el expreso que llegará en sentido inverso. La próxima cita, al día siguiente, en la otra parte de la frontera.

 Los cigarrillos se agotan, el tren se detiene, y cuatro agentes que salen desde puntos opuestos convergen en el departamento, ahora vacío. Se miran fríamente, ocultando su sorpresa. Resignados y en silencio vuelven a sus puntos de origen.

 En el andén, ocultos entre el cúmulo de carbón y vapor, dos personas que esperan para cruzar a la otra parte se reconocen cuando un golpe de viento aclara la niebla. Ninguno de los dos oculta la extrañeza de ver al otro. Ambos avanzan hacia un ya imposible reencuentro y ambos hunden la mano derecha en el bolsillo derecho de la gabardina.

 El tren retoma la marcha. El inmenso silbido de la locomotora rompe el silencio nocturno y ahoga cuatro ráfagas de metralleta, disparadas en diagonal. Las dos figuras se inclinan, encontrándose. En un momento, tan fugaz como breve, forman una equis perfecta. Un segundo después son dos cuerpos tendidos, uno sobre el otro, en el andén oscuro y frío. 
Empar Martí 2012.

La fotografía está extraída de un fotograma de la película El hombre de Londres (Bela Tarr, 2007)

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