sábado, 20 de octubre de 2012

Lobo Blanco y Caperucita Feroz

Hoy os presento una nueva versión del cuento de Caperucita Roja. La firma Fran Garcerá y es imprescindible!

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Érase una vez un lobo de suave pelaje blanco, que vivía en lo profundo de un bosque perenne y antiguo que despertaba de su letargo azotado por los últimos vestigios de nieve. << El último invierno había sido duro, demasiado duro >> pensaba Lobo Blanco, mientras oía un pequeño gruñido lastimero al fondo de su cueva y sentía un ligero tirón en la cola. Sus tres cachorros comenzaban las tímidas maldades del día.

Lobo salió de su escondite, no sin antes advertir con un gruñido a los lobatos que se refugiasen en lo más hondo de la cueva y no saliesen de allí hasta que él volviese. << Hay que buscar algo de comer >>, se decía a sí mismo para animarse, mientras estiraba al sol sus patas aún entumecidas. Tres bocas que alimentar no eran poca cosa y la responsabilidad era totalmente suya, pues su compañera había caído víctima del frío y del hierro que algunos humanos llevaban consigo. <<Este invierno, ha sido el más cruel de todos >>, no podía parar de lamentarse.

Pero cada día, calmar su propia hambre y la de sus cachorros era un asunto más y más complicado. Debía alejarse cada vez más y más lejos de la cueva adentrándose en nuevos territorios de caza, para conseguir con suerte encontrar algún ciervo desorientado o viejo. Después, tenía que arrastrar la presa de nuevo hasta donde se encontraban sus cachorros, lo cual era doblemente agotador.

Esa mañana, Lobo Blanco llevaba un buen rato acechando a distintas presas sin ningún resultado: los ciervos estaban lejos, los jabalíes eran demasiado peligrosos para hacerles frente sin el apoyo de una manada,  las ardillas no merecían ni intentarlo por la poca carne que tenían y los conejos, parecían ocultarse hoy en sus madrigueras. No obstante, se llevaba muy bien con los pequeños pajarillos, que posados en las ramas más bajas de los enormes robles trinaban sin cesar. Mientras los miraba embelesado, escuchó un canto distinto al de los pájaros y se percató, de que se había acercado más que nunca al camino que cruzaba el bosque. Curioso, se situó detrás de un arbusto para averiguar de dónde provenía ese ruido que se acercaba cada vez más y más.

Al instante la vio aparecer. Un ejemplar joven de ser humano, una muchacha ya despuntando la adolescencia iba por el camino portando una cesta repleta de comida cuyo olor invadía la nariz de Lobo Blanco que, muerto de hambre y pensando en sus cachorros, no podía parar de salivar. De repente la muchacha, que llevaba una especie de capa roja sobre los hombros, se detuvo a escasos metros de él y miraba hacia el arbusto en el que se escondía. Lobo Blanco había olvidado que el color de su pelaje muchas veces le hacía descubrirse a sus enemigos sin que lo pretendiese. Ella empezó a mover sus patas arriba y debajo de una forma muy escandalosa y Lobo Blanco, torciendo la cabeza hacia un lado y abriendo mucho los ojos, no puedo evitar una mueca de risa: << estos seres humanos parecen olvidar que no podemos hablar el mismo idioma y que todo el mundo debería entenderlos por alguna extraña intuición >>, pero antes de poder cruzar un pensamiento más, la muchacha había sacado una escopeta de la cesta y de disponía a utilizarla. Lobo Blanco huyó despavorido, sabiendo que de ese artefacto provenía el hierro que había matado a su compañera, aunque en los árboles cercanos, podía oír y ver como saltaba la corteza de los árboles producto de los disparos.

Cuando todo parecía haberse calmado, se detiene a recuperar el aliento. No obstante, vuelve esta vez más cauteloso a observar a la muchacha. Lo que ve lo desconcierta totalmente: a pesar de haber comido algo de su cesta, a lo largo del camino va trepando a muchos de los árboles anidados para robar los huevos que la mayoría de las veces sencillamente eran arrojados al suelo, además cortaba sin dilación las flores más hermosas con las que se alimentan las abejas para posarlas en el pelaje que llevaba sobre su cabeza y por último, con su escopeta mata a una familia entera de liebres, cuando con una hubiese saciado su supuesta hambre. Lobo Blanco estaba horrorizado y no lo entendía. Pensaba en sus cachorros: << ¿Y si se acerca a la cueva y decide matarlos también? ¿Y si acaba con todos los animales del bosque y no puedo alimentarlos? ¿Y cómo van a crecer hasta abandonar la cueva con este ser humano correteando por nuestro bosque? >> No podía ser, debía solucionar el problema, ¿cómo podía ser bueno para nadie un ser que llevaba sobre los hombros el color de la sangre?

Por el camino que seguía, Lobo Blanco sabía que la muchacha se dirigía a la pequeña morada que los seres humanos tenían en el bosque y que ahora estaba habitada por otro de su especie. Aunque este ejemplar era ya viejo todos los animales sabían que debían evitar el lugar. Tenía que detenerla antes de que consiguiese llegar hasta allí, donde tendría el refugio asegurado. Todo acabaría rápido.

La muchacha, más o menos a cien pasos de la morada humana, dejó la cesta en el suelo y saco el arma siempre bajo la atenta mirada de Lobo Blanco escondido tras ella. En un claro próximo, había un precioso ciervo de cornamenta imponente que acababa de bajar de las montañas y se disponía a acabar con él. << ¿Cómo es posible que aún necesite más alimento? >>, pensó Lobo Blanco. Pero el pensamiento duró poco, pues cuando la muchacha se preparaba para disparar al incauto animal, Lobo Blanco saltó sobre ella, apresó su cuello entre sus fauces y con un fuerte vaivén le rompió la nuca, quedando inerte ante él para siempre.

Tenía el sabor de su sangre en la boca y aunque no le gustaba mucho, al fin y al cabo era comida y sus cachorros lo esperaban hambrientos. Así que llevo a la presa hasta la cueva y mientras los pequeños se saciaban, volvió a por la cesta de la muchacha, de la cual también dieron buena cuenta: torta, miel y vino. De este modo, Lobo Blanco y sus lobatos comenzaron a reponerse del peor invierno de sus vidas, pues tener el estómago lleno alivia de muchas penas y aunque luego se contarían muchas historias y mentiras, la verdad es que se comieron a la muchacha y nunca más se supo de ella.

Fran Garcerá 2012

El dibujo de la Caperucita Feroz es original de Luis Peso
 (http://www.flickr.com/photos/35052681@N05/3517510341/)

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