Hoy os presento una nueva versión del cuento de Caperucita Roja. La firma Fran Garcerá y es imprescindible!
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Érase una vez un lobo de suave pelaje blanco,
que vivía en lo profundo de un bosque perenne y antiguo que despertaba de su
letargo azotado por los últimos vestigios de nieve. << El último invierno
había sido duro, demasiado duro >> pensaba Lobo Blanco, mientras oía un
pequeño gruñido lastimero al fondo de su cueva y sentía un ligero tirón en la
cola. Sus tres cachorros comenzaban las tímidas maldades del día.
Lobo salió de su escondite, no sin antes
advertir con un gruñido a los lobatos que se refugiasen en lo más hondo de la
cueva y no saliesen de allí hasta que él volviese. << Hay que buscar algo
de comer >>, se decía a sí mismo para animarse, mientras estiraba al sol
sus patas aún entumecidas. Tres bocas que alimentar no eran poca cosa y la
responsabilidad era totalmente suya, pues su compañera había caído víctima del
frío y del hierro que algunos humanos llevaban consigo. <<Este invierno,
ha sido el más cruel de todos >>, no podía parar de lamentarse.
Pero cada día, calmar su propia hambre y la de
sus cachorros era un asunto más y más complicado. Debía alejarse cada vez más y
más lejos de la cueva adentrándose en nuevos territorios de caza, para
conseguir con suerte encontrar algún ciervo desorientado o viejo. Después, tenía
que arrastrar la presa de nuevo hasta donde se encontraban sus cachorros, lo
cual era doblemente agotador.
Esa mañana, Lobo Blanco llevaba un buen rato
acechando a distintas presas sin ningún resultado: los ciervos estaban lejos,
los jabalíes eran demasiado peligrosos para hacerles frente sin el apoyo de una
manada, las ardillas no merecían ni
intentarlo por la poca carne que tenían y los conejos, parecían ocultarse hoy
en sus madrigueras. No obstante, se llevaba muy bien con los pequeños
pajarillos, que posados en las ramas más bajas de los enormes robles trinaban
sin cesar. Mientras los miraba embelesado, escuchó un canto distinto al de los
pájaros y se percató, de que se había acercado más que nunca al camino que
cruzaba el bosque. Curioso, se situó detrás de un arbusto para averiguar de
dónde provenía ese ruido que se acercaba cada vez más y más.
Al instante la vio aparecer. Un ejemplar joven
de ser humano, una muchacha ya despuntando la adolescencia iba por el camino
portando una cesta repleta de comida cuyo olor invadía la nariz de Lobo Blanco
que, muerto de hambre y pensando en sus cachorros, no podía parar de salivar.
De repente la muchacha, que llevaba una especie de capa roja sobre los hombros,
se detuvo a escasos metros de él y miraba hacia el arbusto en el que se escondía.
Lobo Blanco había olvidado que el color de su pelaje muchas veces le hacía
descubrirse a sus enemigos sin que lo pretendiese. Ella empezó a mover sus
patas arriba y debajo de una forma muy escandalosa y Lobo Blanco, torciendo la
cabeza hacia un lado y abriendo mucho los ojos, no puedo evitar una mueca de
risa: << estos seres humanos parecen olvidar que no podemos hablar el
mismo idioma y que todo el mundo debería entenderlos por alguna extraña
intuición >>, pero antes de poder cruzar un pensamiento más, la muchacha
había sacado una escopeta de la cesta y de disponía a utilizarla. Lobo Blanco
huyó despavorido, sabiendo que de ese artefacto provenía el hierro que había
matado a su compañera, aunque en los árboles cercanos, podía oír y ver como
saltaba la corteza de los árboles producto de los disparos.
Cuando todo parecía haberse calmado, se
detiene a recuperar el aliento. No obstante, vuelve esta vez más cauteloso a
observar a la muchacha. Lo que ve lo desconcierta totalmente: a pesar de haber
comido algo de su cesta, a lo largo del camino va trepando a muchos de los
árboles anidados para robar los huevos que la mayoría de las veces
sencillamente eran arrojados al suelo, además cortaba sin dilación las flores
más hermosas con las que se alimentan las abejas para posarlas en el pelaje que
llevaba sobre su cabeza y por último, con su escopeta mata a una familia entera
de liebres, cuando con una hubiese saciado su supuesta hambre. Lobo Blanco
estaba horrorizado y no lo entendía. Pensaba en sus cachorros: << ¿Y si
se acerca a la cueva y decide matarlos también? ¿Y si acaba con todos los
animales del bosque y no puedo alimentarlos? ¿Y cómo van a crecer hasta
abandonar la cueva con este ser humano correteando por nuestro bosque? >>
No podía ser, debía solucionar el problema, ¿cómo podía ser bueno para nadie un
ser que llevaba sobre los hombros el color de la sangre?
Por el camino que seguía, Lobo Blanco sabía
que la muchacha se dirigía a la pequeña morada que los seres humanos tenían en
el bosque y que ahora estaba habitada por otro de su especie. Aunque este
ejemplar era ya viejo todos los animales sabían que debían evitar el lugar.
Tenía que detenerla antes de que consiguiese llegar hasta allí, donde tendría
el refugio asegurado. Todo acabaría rápido.
La muchacha, más o menos a cien pasos de la
morada humana, dejó la cesta en el suelo y saco el arma siempre bajo la atenta
mirada de Lobo Blanco escondido tras ella. En un claro próximo, había un
precioso ciervo de cornamenta imponente que acababa de bajar de las montañas y
se disponía a acabar con él. << ¿Cómo es posible que aún necesite más
alimento? >>, pensó Lobo Blanco. Pero el pensamiento duró poco, pues
cuando la muchacha se preparaba para disparar al incauto animal, Lobo Blanco
saltó sobre ella, apresó su cuello entre sus fauces y con un fuerte vaivén le
rompió la nuca, quedando inerte ante él para siempre.
Tenía el sabor de su sangre en la boca y
aunque no le gustaba mucho, al fin y al cabo era comida y sus cachorros lo
esperaban hambrientos. Así que llevo a la presa hasta la cueva y mientras los
pequeños se saciaban, volvió a por la cesta de la muchacha, de la cual también
dieron buena cuenta: torta, miel y vino. De este modo, Lobo Blanco y sus
lobatos comenzaron a reponerse del peor invierno de sus vidas, pues tener el
estómago lleno alivia de muchas penas y aunque luego se contarían muchas
historias y mentiras, la verdad es que se comieron a la muchacha y nunca más se
supo de ella.
Fran Garcerá 2012
El dibujo de la Caperucita Feroz es original de Luis Peso
(http://www.flickr.com/photos/35052681@N05/3517510341/)
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