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El señor X volvió
de Washington, con los bolsillos vacíos y su cabeza despeinada pensando en que
aquello no tenía cura. La familia no entendía las manías de su hijo, y los proyectos que tenía en mente se habían
ido alejando conforme la gente se daba cuenta de que era una poco “rarito” y de
que no podía presentar esa imagen pública del colectivo.
Cabizbajo, se postró delante del restaurante
donde solía ir antes de entrar al despacho, se quedó mirando esos pomos color
oro que hacían el relieve de la concha de un caracol de mar y que ahora se
convertían en un muro difícil de atravesar para su destino. Así que esperó con
las manos en los bolsillos a que alguien abriese e hiciese sonar los cristalitos
colgados detrás de la puerta, que tanto le recordaban a la canción only time en concierto de
arpa y que eran filtros coloridos de
rayos de sol, elegantes, como diamantes de luz.
Algún despistado
hablando por el móvil, entró con prisa , sosteniendo la maleta en piel marrón
de boxcalf, idéntica a la de su señor
presidente, pensaba. Él lo siguió; sabía que todavía le estaba permitida la entrada
en ese lugar ya que recordaba llevar puestos sus zapatos de charol
negros y su traje gris con coderas y un
poco arrugado por el viaje, pero eso ahora no importaba; debía demostrar la
misma seguridad con la que había permanecido hasta el momento si deseaba
conseguir su mesa, la causa, guardiana y cómplice de todos sus delirios.
Unos pasos más
adelante y perdiendo de vista al caballero del maletín, se topó de frente postrado
ante él la cara larga del que no comprende, o del que si comprende, aunque solo
de propinas: el servicio. Para él un ser insignificante, el perrito guardián de
sus señorías, con smoquin y pajarita, sujetando a modo de corte de manga
una toalla blanca que representa la pulcritud y elegancia del lugar.
El señor X desfiló
la mirada hacia la cara del maître, y
vio un bigote que mezclaba ya unos canosos Chaplin y Cantinflas, dando como
resultado el frondoso anhelado bigote de José María Iñígo, al cual le seguía la
nariz prominente de Rossy de Palma y los ojos desorbitados de Marty Feldman. Sonrió, como si no se hubiese dado cuenta de
que a veces el mundo es cruel con su designio y le pidió sigilosamente una mesa
que estuviese al lado de la ventana. Era de vital importancia para él saber si
fuera llovía o hacía sol, tenía que tenerlo en cuenta para predecir la hora de
llegada de su mujer, añadió.
<<Probablemente este camarero no se ha
dado cuenta de quién soy en realidad, pero así mejor, no vaya a contar a nadie
como vino hoy día a tomar café el Señor X.>>
El camarero le hizo una seña de seguimiento, él
mientras lo acompañaba contó los
azulejos del suelo que le llevaban hasta la mesa, eran veinte negros y
diecinueve blancos afirmó en su cabeza al llegar, de un brillo reflectante que
daba pena pisar; cuatro cortinas de color plata y oro seguían el camino, y una
mesa redonda pequeña con una flor en medio completaban el recorrido.
Esperó a que
el empleado le ofreciese asiento y él apoyó sus codos en la mesa, indicándole que
podía retirar los cubiertos porque ya sabía lo que iba a pedir y no los
necesitaba.
Mientras
esperaba la vuelta de la pregunta “¿Qué va a tomar?” , observaba la gente
pasando por la cristalera, por la acera del ayuntamiento de Valencia, por la
acera dónde se había criado, por dónde había pasado numerosas veces con su
uniforme y sus zapatos recién estrenados procurando no mancharlos, dónde había
esquivado millones de veces a las marañas de harapos encogidos que escondían ancianas, ancianos, jóvenes con perros o sin
ellos, mujeres con o sin niños pidiendo limosna en la puerta de correos, dónde
se enamoró y perdió, donde había presenciado desde los mejores palcos los
estruendos sonidos de música que conformaban las fallas a las dos de la tarde,
y por dónde había pasado tantísimas
veces para ir a trabajar al gran edificio de banderas ondeantes y de hienas
risueñamente trajeadas que acompañaban sus conversaciones.
El saco se
rompió, siguió pensando el señor X, la enfermedad le protegió como escusa, y su
familia mantenía su estatus social, pero el negocio se ha descubierto, La fórmula uno se verá con lupa y El Hemisféric , aquel lugar de destellos
en un día soleado, se verá manchado de reproches y si es así; sigue pensando,
ya si que no lo podrá volver a tocar jamás.
La suciedad era el conflicto que
mantenía en ese momento, la suciedad era lo que sus manos tocaron, y volvía
ahora allí, cruel para sí, cruel por no poder beber de esa copa o estrechar la
mano de un gran señor trajeado o de alguna gran dama despeinada por sábanas de
su mismo sexo. Ya todo daba igual. Se
bebería el café como siempre.
-¿Me trae un café largo y dos sobres de azúcar?.
-¿Quiere algo más el caballero?
-Si, si puede ser , me cierra la ventana que queda a mi
izquierda porque parece que va a llover.
-Si, claro, con mucho gusto.
Ya
descentrado de sus pensamientos escuchaba el ruido de ese tren antiguo metálico
que deja chirriar el humo de café caliente. Abrió su maletín, y sacó un paquete
de clínex hipoalergénicos , despegando de un tirón el precinto inaugural, lo
cual le trajo grandes recuerdos; pero siguió, posándose uno de ellos como sábana de hotel
recién planchada sobre sus rodillas y con otro, limpió la cucharilla que extrajo de una bolsa
de plástico transparente.
Disimulaba lo
que estaba haciendo mirando hacia afuera, pero a la vez descubría cosas, actos
humanos reiterantes, rimbombantes; bolsas
de compras que aparecían ante sus ojos sustituyendo a las personas que las
portaban, gente en el semáforo que esperaba sin mirar al de al lado, con
orgullo, con esas gafas que ocultan las vergüenzas, las soledades y los prejuicios, pero sin darse cuenta que esas cabezas
extremadamente estiradas obviaban algunas manos gitanas que escondían sus derechos
detrás del periódico del día. El cual decía: "El señor X, ha acusado a la señora Z de demostrar su 'fobia' a crear empleo".
Llegó el café
con aquella actitud de un resignado aspirante a rico que trae el carrito de las
bebidas:.
-¿Quiere alguna cosa más el caballero?¿Está todo a su gusto?
-Si, todo perfecto muchas gracias. Puede retirarse.
Cogió uno de
los sobres y antes de abrirlo leyó el proverbio que en él aparecía. "Mano de arena es la codidia: aunque se lave, nunca se limpia" (Anónimo), y a
continuación como si de un ritual se tratase movió seis veces el sobre..
Son las seis en punto, pensó.
El segundo sobre
decía “la soledad acecha al villano”
(Anónimo) y al leerlo pensó:
<<Todos los proverbios de hoy son anónimos, el destino
concuerda conmigo hoy que no quiero ser conocido. ¡La suerte está de mi lado!>>
En ese
momento como si de un código morse se
tratara otra mano repetía su gesto, agitando también un sobre en seis
ocasiones. Al girar la cabeza el señor X se encontró un cuerpo que no conocía, unos
tacones de color azul marino que sostenían dos líneas ascendientes hasta una
falda de tubo con seis botones delanteros y un remiendo en la cremallera que
intentaba ocultar el cambio de estación de verano a invierno, enlazaba con una
camisa blanca-oscura, y unos frondosos, pecaminosos labios que parecían tener
como característica aquellas mulatas. << yo tengo empleados y empleadas como
ella, solo quieren mandar dinero a su familia y engañarte si pueden>>
El sorbo
que llegaba a los labios de aquella cómplice caía justo por el lado del asa de
la taza , por dónde nunca bebe nadie. Era su vivo espejo, su retrato actante, a
las seis en punto, él estaba haciendo lo
mismo que aquella camarera.
<<¿Es
camarera?¿pero las camareras sufren estas enfermedades?¿no dicen que las manías
son solo cosa de ricos?¿o era que no las curaban los médicos?. Me gustaría tanto hablar con
ella y preguntarle cómo ha contraído esa enfermedad… pero allí anda la vecina
de mi madre con su perrita Laky y sus
bolsa de Nespresso, las imagino
hablando esta tarde con sus dientes de Porcelanosa
, y sus caras de Mariquita Pérez,
diciendo que eso solo puede ser una aventura, pero que hay que andar con ojo
para que no se aprovechen de mi dinero.
>>
De repente algo tapó la
imagen de su siamesa y de sus pensamientos ; un antiguo compañero del colegio
al que no veía desde hacía mucho tiempo.
Aquel personaje excéntrico con gafas de Loewe
transparentes ,un pañuelo granate de
Versace y unos guantes de piel a los
que le faltaban los dedos; le estaban ofreciendo la mano, las cuales no
entendían por supuesto que eso era imposible, se levantó y entabló una conversación
improvisada para evitar el apretón.
-¿Qué tal?¿Cómo van tus diseños?
-Muy bien, ¿y a ti?¡Te he visto muchas veces en la tele!
-Si, muy bien, estoy tomando un café rápido porque en
seguida entro a la siguiente reunión.
-Comprendo, me alegro ver que los dos hemos llegado a lo más
alto. Por cierto, ¿te has casado ya?¿cómo quedaste con aquella rubia
despampanante?
-Bien, como siempre, pero ya sabes que me canso rápido, soy
caprichoso.
-Si, tu siempre te las has llevado de calle, por tu
simpatía, tu pelo y tus chistes.
-Si, ¡ será por eso!. Bueno, voy a ver si termino porque me
tengo que ir, espero encontrarme de nuevo contigo por aquí.
<<ojalá que no,
porque es un fracasado, a este ya no le dejan entrar ni a las fiestas del señor
Mustache. >>
-Por supuesto. ¡Y que nos veamos igual de bien!¡ciao!¡Hasta luego!
Y cogiendo su
taza de café hizo un gesto con la cabeza para despedirse frente al cristal,
mientras aquel Underground parecía hablar
por unos auriculares minúsculos que
llevaban la luz roja de : apagados.
Lo que no
sabía aquel amigo es que en realidad no pudo estar con aquella rubia despampanante
porque para entonces empezaron los primeros brotes de enfermedad y la ducha era el único
lugar de encuentro entre ambos, la única sala de operaciones XXX, la única
cuarentena de contacto de gérmenes, el último escalón de limpieza. Pero el
jabón se acabó y con él los besos, los abrazos, los paseos de la mano… pasó a
un segundo plano público, con lo que por supuesto la rubia despampanante no se iba
a conformar.
Estaba empezando
a llover, la apariencia de la vendedora de flores se estaba marchitando como la
de aquellas orquídeas de talle largo pero corta vida con poco olor, delicadas y
bellas o la de las margaritas de colores que ese día no se entrometerían en la
decisión de ningún amor y que sin embargo seguían siendo suaves, terciopeladas,
pequeños girasoles con pétalos partidos, o incluso a la de las rosas, gusanos
de seda a punto de echar volar, intensas y elegantes, pero ese día: tristes.
Él
, ante la lluvia. tuvo la necesidad, casi la obligación de seguir otro ritual,
el de abrir debajo de la mesa unas tijeras de hierro color plata reluciente en
forma de uve mirando hacia la tormenta para protegerse de ella.
Así que, nuevamente
un sonido respondón le desconcertó a él de sus actos, el mismo sonido afilado de las tijeras venía del otro lado de la
cafetería, de la barra, dónde la mujer de camisa desgastada disponía la misma
acción y hacía como él mismo, seis
cruces y media alrededor de su la cara.
Son las seis y media, pensó.
El impulso lo
llevó a levantarse de la silla, por fin podría tener una compañera de susurros,
de películas, de comidas higiénicas, de paseos distantes…
Pero, llegó tarde. Ella había entrado en la cocina y otro pomo
redondo se interponía en su camino y en la forma asimétrica de su codo, <<¿A
quién de los que le rodeaban le iba a decir que le abriera la puerta para
hablar con una empleada cualquiera?.
<<¡qué tipo más raro!, afirmaba entre
dientes la chica mientras lo observaba desde el otro lado acristalado de la
cocina, está intentando abrir la puerta con el codo, con lo fácil que es
ponerse unos guantes, si no fuese por esta herramienta ¿cómo podría haber
encontrado un trabajo? Todos hubiesen descubierto que no soy “normal”. >>
Y prosiguió :
<<Yo hubiese sido un buen partido allí en mi tierra,
tenía un Bachiller y era profesora, pero hoy en día ¿quien se creería un cuento
como el de Cenicienta o el de Vivian Ward? Los sueños solo ocurren en Beverly Hill
o en países muy muy lejanos. >>
El hombre decidió pagar y esperarla en la
puerta trasera, dónde no le viera nadie y por dónde sabía que tarde o temprano
saldrían los empleados. El ruido rechinante de la puerta poco engrasada hacía más que insostenible la espera. Miraba
su rolex daytona en aquella muñeca
huesuda pensando que era la única vez en la que se había humillado tanto,
mientras en la cocina, detrás del muro aparecían unos ojos que lloraban
lágrimas de cebolla, unos brazos que se
abrasaban dando la vuelta a una ternera
poco hecha , unas manos que se agrietaban fregando los platos a conciencia para
que no hubiese ninguna queja de los señoritos y dos cuerpos sudados sacando la
basura de las raspas que unos no han querido y que otros esperaban para la hora
de la cena.
Pensó en irse el
señor X, pero había leído que algunos
enfermos con el tiempo llegaban a encerrarse en sus casas para no contaminarse
y si sucedía tal momento, quién sabe si algún día volvería a encontrar a alguien
con quien compartir su vida.
Eran las siete
pasadas, casi las ocho y el umbral solo se abría para ofrecer a personas indiferentes
ante sus ojos. Miró dos mendigos que parecían haber sido estudiantes hace poco y que discutían por sus recientes
adquisiciones.
En ese segundo, una
sombra pasó por su lado como el momento en
que te toca un soplo del ventilador giratorio. Un aire fugaz con más fuerza de
la que jamás el aire tuvo, y hasta él llegó su aliento y hasta ella llegó su
alma.
O eso pensaba.
En un último
intento, sabiendo que la vida le había causado las condiciones en las que
estaba para que triunfara el amor, llamó a la camarera y le preguntó:
-¡Perdone señorita!
-¿Si?
-¿Le puedo hacer una pregunta?
-¿Es sobre alguna cuestión del restaurante?
-Si…bueno, sobre algo que ha pasado ahi dentro.
-Pues llevo prisa…, pregúnteselo al maître , él seguro que se lo resuelve mejor. ¡Hasta pronto!
Ella entró en un
coche , limpio, preparado exclusiva y
fielmente a modo del de una niña rica caprichosa, con un mulato bañado en moreno de fibra y acompañado de la música del
mar del Caribe.
El mulato le preguntó a la camarera:
-¿Quién era ese?¿qué te ha preguntado?
-Nadie, un político con la misma fobia que yo, pero sin el
placer de poder disfrutarla.
-¿Si?.Yo tengo otra fobia.
-¿Cuál? No sabía nada.
-Ah, ¿si?¿Y cómo se llama esa fobia?
-Sensatez.
El señor X se quedó tétrico, pálido, fálico; con las ocho en punto y ese odioso “¡Hasta
nunca!”.
Y de repente, escuchó su nombre, la voz de alguien importante
le distrajo de sus juegos de rico.
Señor…
Silvia Cámara 2012
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