miércoles, 24 de octubre de 2012

La luna brillando en el mar


Comenzamos con este los relatos de la tercera semana. Esta vez los estudiantes debían contar una historia con un narrador que fuera dosificando la información. El tema era totalmente libre. Os aviso que se han escrito auténticas maravillas. Comenzamos con este camino hacia el sur, hacia la libertad, hacia la hija y hacia el misterio. Un hermoso relato de Giulio Ferretto.
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Subió a su  Land Rover  Discovery y devoró la carretera pensando todo lo que podía hacer con su hija. No pensó en nada más. Estar con ella ocupaba sus pensamientos. Rafael  ya tenia sus años y no se había imaginado nunca que tendría a Matilda una niña divertida que le robaba el tiempo de su vida. Nada le impedía recordar, mientras el rover  volaba, a  Maria Catalina, su casi mujer que le había dado a la pequeña. Una mujer de una belleza jovial y extremadamente cuidadosa, inteligente. Ella se había dado tiempo para terminar su posgrado y aprovechaba la dedicación de Rafael  con Matilda para enseñar  que era lo que mas le gustaba. Con una debilidad por los aros de plata siempre le decía: ¡cómprame unos aros!, donde vayas.. eh, ¡acuérdate!. Y él no dudaba en recordar aquello y tal vez lo hacía  por el  amor tardío que le tenía. Era algo que él ya no se cuestionaba.
Los días de una tristeza casi cotidiana  ya eran cosas del pasado, porque Rafa - como le decían - ya se había decidido a  vivir y por eso ahora estaba en el asfalto. El cristal panorámico del rover pulverizaba de vez en cuando algunos insectos  y Rafael estaba en dirección al sur de su país. Su niña lo estaría esperando en una isla  grande llena de leyendas  y chilotes bonachones. Al menos nunca nadie había visto algo raro. Pero se decían cosas como en cualquier parte del mundo.  Piratas, imbunches, sirenas. Todo cuento de vacaciones, pensaba, pero algo le inquietaba. Era curiosidad, nada más.
 Ese verano la niña pasaba sus vacaciones después de un año de escuela intensa. La casa de la hermana de María Catalina la acogería como propio. Su verdadera madre no dudaba de los cuidados de su hermana y, de vez en cuando, un  iphone en vibración y, centelleando una foto con su madre, era la voz  metálica y satelital que le recordaba lo bien que tenía que portarse y que no debía alejarse de allí. En la isla vivían en una casa frente al mar, suspendida por unos palafitos, y era un hogar cómodo y tradicional, aunque a veces quedaba envuelta por una niebla extraña, pero común en esos lugares del sur. Matilda tenía  siete años  y pasaba los días  jugando en ese paisaje acogedor y veraniego. El sol de esos dias no le impedía  buscar e interesarse por las leyendas misteriosas de la isla. Rafael había tenido contacto con su hija periódicamente y sabía de esa extraña inclinación de su Matilda. No le gustaba tanto misterio y terror. A veces le costaba entender esa extraña condición de la niña. El jeep plateado se detuvo en una posada. Rafael quería comer antes de seguir y recostarse para no correr peligro. Tomó su mochila y entró. Un “mira niñita ay te voy llevar a ver la luna brillando en el mar” de los Jaivas lo recibió. La  sonrisa de un hippie renovado le pregunta cuanto se va a quedar. Era el dueño y lo hizo pasar. Comió con hambre. No  estaba cansado y el café lo mantenía bien. Esa noche  soñó con su hija. Despertó acordándose de algo que   ella le había entregado. Seguro que se le olvido o andaría arriba del jeep. Seguro que sería un dibujo. Esos del día del padre con letras desiguales que a él lo mataban de felicidad.

El Discovery saltó a la carretera y Rafael se concentró en ese dibujo, porque no quería  llegar y decirle a Matilda  que se le habia olvidado o no lo había visto. Le inquietaba esa idea. El paisaje cambiaba y el sur estaba encima. El verde insolente y las montañas lo llevarían directo al encuentro sin antes cruzar el estrecho. Era un paso obligado. No había puente donde estaba su niña. El rover seguía devorando la carretera y para Rafael era como su exoesqueleto de metal veloz que lo acogía y lo protegía. Disfrutaba  manejar una máquina perfecta brillante conectada con su sueño de libertad tardía. Una niña colorida de la edad de su hija en un auto japonés le hace una seña y le recuerda el dibujo.  

Dónde estará. Cresta donde estará. Pensaba. El bluetooth del rover suena trayendo la voz entrecortada de Matilda: - ¡Papá!... ¿dónde estay?....el paisaje le roba la señal del  jeep y Rafael no alcanza a contestar y  grita por el micrófono diminuto  como queriendo atrapar el sonido de su hija. El rover  no se detuvo  y enfiló silenciosamente más veloz que nunca al  embarcadero. Ya estaba casi encima del mar. Bajaría y estaría a un salto de su hija. La llovizna y el viento aparecen como una cortina sobre el rover. Era normal. Rafael sabía que era así. 
El estrecho sureño  lo recibe  y el jeep enfrenta la orilla. El todoterreno posa su ruedas en el ferri de metal húmedo y oxidado. Un salto y ya está, pensó. Un hombre moreno y forrado con traje de plástico amarillo le hace una señal  para que mueva el rover más adelante, tenía una cara dura y extraña. Le llamó la atención su jockey negro con la insignia de los Pirates. Era el último viaje del ferri y sólo había tres autos.  El ferri se soltó del embarcadero, el mar se haría cargo ahora. Desde la orilla sobresalía imponente el Land Rover que  se sumergió lentamente  en una niebla misteriosa como si se lo tragase para siempre   el estrecho tal como lo había dibujado ese día Matilda cuando le contaron la leyenda misteriosa  del barco fantasma chilote. 
Giulio Ferretto 2012 

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