El primer ejercicio del Taller de Escritura Creativa consiste en utilizar un narrador naturalista para un relato que suceda en el presente de la escritura. El resultado: seis relatos excelentes. Este es el primero de ellos: "Por si el silencio", de Fran Garcerá.
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Son las
seis de la mañana e inexorablemente, el despertador viene a llenarlo todo con
su ruido de máquina antigua, con su campaneo metálico de viejo chisme hecho
para perdurar más que los propios dueños. Una arrugada mano sale al encuentro
del día y cesa el ruido con un pequeño golpe, tan suave como si fuese un niño y
no un despertador, que recibiese como premio por sus deberes cumplidos a la
hora una caricia en la cabeza. El tío Tomás levanta las sábanas y se queda un
momento sentado en la cama, cruzados los pies en el aire, duda en volver a
sumergirse en el calor reconfortante de las mantas, hasta que con un suspiro
espanta la desgana y coloca los pies desnudos en el suelo de granito.
Se
dirige directamente a la cocina y enciende la radio, aunque no muy alta, lo
suficiente para que llene todos los rincones de su casa. Bebe un largo vaso de
agua y de repente se acuerda de su
vejiga, a punto de estallar. Piensa que cada vez va más al baño, que la manía
de los médicos de hoy en día con el agua lo va a matar, sino de encharcamiento
general de la sangre, al menos sí de aburrimiento. <<La gente únicamente
debería beber agua cuando tiene sed, lo demás son gilipolleces>>
sentencia, mientras tira de la cadena y coge el pegamento dental para colocarse
la dentadura.
Para
desayunar siempre lo mismo, un buen vaso de café con leche, pero entera, nada
de desnatada o semidesnatada, esas tonterías de ahora, porque la leche es la
misma leche en todos los cartones y nadie podía asegurar que no fuese así.
Además, él nunca había escuchado de nadie que se muriese por tomar leche.
También unas tostadas de pan de ayer, bien regadas con aceite y un poco de sal
o con mantequilla fundida al calor de la rebanada.
Mientras,
la radio anuncia con voz rota los últimos recortes, las no últimas
manifestaciones y los no últimos ni pocos golpes de la policía a manifestantes
y transeúntes por igual, el rescate europeo, la subida de impuestos, las
estafas fiscales, el robo de dinero público, los alegatos de la oposición y la
imposición de los votados con mayoría casi absoluta, Alemania, Francia, Estados
Unidos y Grecia, los desahucios, la subida de precios, la bajada de sueldos… y
los resultados, de los últimos partidos de fútbol y la posición de cada equipo
en la nueva liga.
El tío
Tomás se quita el pijama, doblándolo cuidadosamente, casi con el mimo con el
que se trataría a un recién nacido. Saca la muda de hoy de su cajón y en el
lugar donde habitaba esta, guarda el pijama hasta la noche. La ropa se le ha
quedado un poco grande, pero su mujer no esta ya aquí para arreglársela y
tampoco le apetece mandarla a que se la corten y ajusten. <<Las cosas son
como son>>, piensa mientras se abrocha la camisa de cuadros azules,
blancos y grises, pareciendo que este último color estaba comiéndose la
tonalidad de los otros, dejando la prenda un poco deslucida. Se mete la camisa
por dentro de los pantalones pardos y con tirantes y se ajusta sus alpargatas,
porque aunque la gente se ría de ellas, él las ha llevado siempre y nunca ha
tenido un pequeño esguince o tan siquiera una pequeña rozadura.
Con un
pequeño chasquido fastidiado, dirigido más a sí mismo que al mundo en general,
va otra vez al baño y vuelve a orinar. Después, se gira al espejo y se
desabrocha los primeros tres botones de la camisa, pues se le ha olvidado
lavarse los sobacos con jabón antes de vestirse. No le gusta oler mal, pero
tampoco le gusta el olor de los desodorantes, <<porque la colonia es para
la cara y el pelo, no para los sobacos, que al final huelen a sudor y a
desodorante, no sirve para nada >>, piensa mientras se dirige a la cocina
a coger algo para comer ese día, ya que hasta la tarde no vuelve a casa. Elige
media barra de pan que le quedaba del día anterior, un taco de queso curado de
cabra, que de tan curado, sudaba un aceitillo que le confería una atractiva
imagen y un apetitoso olor. También se lleva un trozo de chorizo y otro de
jamón, por si le picaba más el hambre y una cebolla tierna, blanca como la
nieve o la leche, que arreglaría con su navaja a la hora de comer y que
acompañaría a todo lo demás salpicada de un poco de sal y comida a bocados. Por
último, la inevitable botella de agua, fresca, que pesaría como un muerto en su
bolsa.
Saca su
bicicleta del cuarto de los trastos, abre la puerta y la deja apoyada en la
pared del rellano, ya que antes de irse se dirige otra vez al aseo, aunque ya
más por prevenir que porque tenga la propia necesidad de orinar. Sube la tapa,
se baja la bragueta y efectivamente, llega hasta sus oídos el tintineante
sonido del agua humana. Fastidiado, pasa por la cocina y apaga la radio, coge
su juego de llaves para darle una vuelta a la cerradura de su casa y mientras
sube la bicicleta al ascensor masculla: <<maldita vejiga, filla de puta…>>.
Foios
es un pueblo pequeño, que aunque haya crecido en los últimos treinta años,
sigue guardando ese aire de hermandad que hace que todos sus habitantes se
conozcan entre ellos. Así, mientras pedalea y pedalea, por las calles va
saludando a todos los vecinos con los que se encuentra y deseándose con ellos
mutuamente los buenos días. Una vez sale del pueblo, comienza a tararear hasta
llegar a su huerto:
Caragol, caragol
trau les banyes que ix el sol.
Ningú passa la vida
que passa el caragol,
no paga lloguer de casa
i la porta cap a on vol
i tot el que sap ho aprèn
en les fulles d'una col,
per dormir no necessita
marfagueta ni llençol.
Caragol, caragol
trau les banyes que ix el sol.
La seua vida és curta,
però passeja per on vol
de gust li cau la baba
més lluenta que el xarol.
I una nit la mort arriba
bullidet en un perol
i dins de la cassola
se'l xuplará un qualsevol.
Caragol, caragol
trau les banyes que ix el sol.
trau les banyes que ix el sol.
Ningú passa la vida
que passa el caragol,
no paga lloguer de casa
i la porta cap a on vol
i tot el que sap ho aprèn
en les fulles d'una col,
per dormir no necessita
marfagueta ni llençol.
Caragol, caragol
trau les banyes que ix el sol.
La seua vida és curta,
però passeja per on vol
de gust li cau la baba
més lluenta que el xarol.
I una nit la mort arriba
bullidet en un perol
i dins de la cassola
se'l xuplará un qualsevol.
Caragol, caragol
trau les banyes que ix el sol.
Una vez allí, pasa revisión a su trabajo del día anterior,
del anterior a este y de todos los días que puede recordar. Se notaba que la
primavera estaba a la vuelta de la esquina. Las lechugas comenzaban a abrirse
tímidas y robustas como adolescentes, las hileras de chufas bajo la tierra
parecían un mar verde de algas bajo el cielo, los nísperos dejaban asomar
pequeñas yemas naranjas y las avispas, guardaban ya los próximos racimos de
uva. Aunque lo que más le gustaba al tío Tomás, era la gigante higuera que se
erigía como reina indiscutible en el centro de su huerto. Aún colgaba de ella
un columpio recuerdo de otros días, donde él se sentaba a comer y descansar,
mientras silbaba sin descanso. Silbaba y silbaba con todo el aire que era capaz
de modular hasta que se le dormían los labios y el sol, bajaba su intensidad
hasta bañar todo de naranja. Llevaba en sus manos la marca de la azada y de la
pala, pero no se quejaba. Disfrutaba viendo como el agua de la acequia inundaba
la tierra, abriéndose paso entre la sequedad y las ávidas plantas, cuyas raíces
la reclamaban desde la oscuridad. Entonces, cogía su bicicleta y volvía a casa,
ahora cantando:
La
Pepa l'espardenyera
també porta polisó
i un mocador sense vora
que li va fins als talons.
Sa mare li va darrera
com un gós, com un gós,com un gós.
Arrós amb fesols i penques (1)
jo en menjaría un platet
amb una cullera fonda
i en tant en tant un traguet
Amb una cullera fonda
i un traguet, i un traguet, i un traguet…
també porta polisó
i un mocador sense vora
que li va fins als talons.
Sa mare li va darrera
com un gós, com un gós,com un gós.
Arrós amb fesols i penques (1)
jo en menjaría un platet
amb una cullera fonda
i en tant en tant un traguet
Amb una cullera fonda
i un traguet, i un traguet, i un traguet…
Así continuaba, hasta
que entraba en el pueblo de nuevo y Foios le saludaba con un torrencial aluvión
de gente que encontraba por la calle. En un momento del trayecto le sorprendió
el saludo de la señora Virtudes, porque hacía años que no la veía ni pensaba en
ella. El tiempo no daba tregua. La Virtudicas, como la llamaban en su juventud,
había sido una chica preciosa, aunque no de estas de ahora, sino de las de
antes, de las que tenían donde agarrarse uno y eran toda firmeza y robustez.
Pero ahora, todo se había convertido en ella en pliegues de piel y carne, las
piernas de tantas horas de pie reventadas de varices, los pies hinchados, la
voz temblorosa…
Sin
dejar de tararear y con estos pensamientos en la cabeza, llega el tío Tomás a
casa y al abrir la puerta de la finca, sorprende el portal lleno de cajas y
muebles embalados. Al dirigirse a los buzones, se sorprende al comprobar que el
único nombre que queda ya es el suyo. Sube a su casa, deja la bicicleta en el
cuarto de los trastos y se dirige de nuevo a la entrada para cerrar la puerta y
echar la llave. Se queda distraído acariciando el mueble de la entrada, donde
ya no quedaba ningún marco de fotos. Retirando la mano como espantado y
sacudiendo la cabeza, sale de su momentáneo ensimismamiento y entra a la cocina
para encender la radio.
Mientras
el sonido vuelve a llenarlo todo, se ducha rápidamente y se sienta a cenar en
la cocina. Una cena sencilla, solo una lata de sardinas que de tan grises
parecían negras, un tomate enorme de su huerto y un yogurt. Además del agua,
claro, siempre el agua.
En el
cuarto de baño, después de haberse quitado la dentadura, vuelve a sentir la
vejiga llena y sube la tapa para orinar. No recuerda cuantas veces ha hecho hoy
ese mismo acto, con toda una serie de movimientos finamente orquestados y
medidos para tal fin. Una vez ha terminado allí, se dirige de nuevo a la cocina
y apaga la radio. Ya en su propia habitación, retira la colcha y se sienta a
darle cuerda al despertador, se mete en la cama y se sube las mantas hasta el
cuello, después coloca las manos cruzadas sobre el pecho. Se queda mirando al
techo. No se escucha a los vecinos del piso de arriba, definitivamente se han
mudado. Todas las noches se dormía escuchándolos. Podía saber con total
precisión el lugar de la casa en el que se movía cada uno, aunque lo que más le
gustaba era escuchar el paso inseguro del hijo de tres años que tenían.
Efectivamente, no se oía nada. <<Mañana
–piensa-, iré a comprar una tele para
el cuarto que me acompañe hasta que me duerma>>. Sabe que debe obrar
con premura, por si el silencio conseguía vencerle alguna mañana y devolverlo
para siempre a la cama.
Fran Garcerá 2012
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