En su relato al estilo del realismo mágico mi estudiante Saeeda Quansah, de la clase "Survey of Latin American Literature II, nos acerca al curioso pueblo de Rosasclaras y su envidiable pan.
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Nadie en el pueblo de Rosasclaras tenía muchas expectativas en el hijo de
Ernesto Ricardo Rodríguez, el panadero más famoso del mundo. Javi Rodríguez no
era muy inteligente ni listo. Caminaba como si llevara botas pesadísimas y
raramente se peinaba el pelo. Tal vez lo que era más único sobre Javi Rodríguez
fue que no hubo ninguna característica única sobre él. Era el hijo ordinario
del hombre extraordinario: una realidad desafortunada. Sin talentos o
habilidades útiles, Javi quedaba en el mundo como todos los elementos
naturales. Como los árboles cumplían los propósitos de producir el aire por el
mundo. Javi Rodríguez servía el propósito de no hacer absolutamente nada. Así,
los árboles, las huertas de higo y Javi Rodríguez, se juntaron en la unidad
pacifista. Mientras estaba sentado en la única silla afuera del edificio
castaño titulado Horno Rodríguez: “El pan más delicioso en el mundo,”
Javi se encontraba muy muy aburrido.
Después de la muerte de Ernesto Rodríguez, Javi, por la herencia familiar,
se convirtió en el dueño de la panadería: el oficio más poderoso del pueblo y
posiblemente del mundo. Hasta ahora. El aire escapó de la boca de Javi. Miraba
la calle. Las tres mujeres, tres clientes muy populares de la panadería,
pasaban por delante de él y saludaron. No llamaron su atención.
Una arruga formo entre las cejas de la mujer más vieja. “¿De quién compramos
el pan ahora? Javi no será Ernesto Ricardo nunca.”
La segunda mujer dio una vuelta y miro la cabeza de Javi, como él miraba a
nada. “Esto, no lo sé,” susurro a las dos mujeres, “Javi no tiene el poder de
hacer el pan. El pan. El pan.” Ella mojó los labios. Los ojos se transformaron en
muy oscuros, como las nubes llenas de lluvia.
El pan de la familia Rodríguez fue la droga de Rosasclaras. Si comprabas el
pan de Ernesto Ricardo cada día y lo compartías con tu amante, controlarías tu
destino de amor, de familia, de todo. Desde la muerte del panadero, las
raciones del pan no podían rellenar.
Javi, como siempre, quedaba ignorante de los susurros del pueblo. Cuando el
pueblo le preguntaba sobre el futuro de la panadería, creía que extrañaban los
panes de su padre muerto. Un pan que Javi no preparaba nunca. Todavía no había
podido encontrar la receta del pan y no se lo había contado a nadie. Había algo
en los ojos de los clientes que causó su silencio. Algo peligroso.
Por el final de la tarde, decidió que se cansaba de no hacer nada.
Intentaría preparar el pan hoy. Entraría la panadería.
Todos los ingredientes debían de estar en la panadería.
Una capa fina de polvo había cubierto la panadería. Parecía la harina, pero
el olor probó lo contrario. Con facilidad, Javi encontró la alimentación para
preparar el pan. Medía la harina y la sal mientras cantaban las canciones de su
niñez, las canciones que Ernesto Ricardo cantaba mientras horneaban el pan.
Detrás de la panadería, cerca del horno, Javi Rodríguez oyó el rugido de un
león. El miedo se le formó en la frente en la forma de sudor. Miró a la puerta
de la sala del horno antes de empujarla. Sintió el calor del horno. Abrió la
puerta. Allí, vio la fogata.
Saeeda Quansah 2015