En su sugerente cuento de ciencia ficción, Effie Smith, de mi clase Hispanic Women Writers en University of Virginia Hispanic Studies Program, nos presenta una aterradora distopía en que el tiempo de descanso ha sido casi totalmente eliminado, y los seres humanos se han convertido ya desde la escuela en esclavos obsesivos de la productividad.
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Su
madre tocó la puerta tímidamente. Ella sabía que Valeria quería que nadie le
interrumpiera jamás mientras que trabajaba. La escuela no permitía extensiones
en los plazos de entrega y ella tuvo que terminar su tarea con el perro. Por
alguna razón, nunca podía hacer que la cola del perro se meneara cuando
estuviera feliz; sólo ladrara. Valeria lanzó un suspiro y giró en la silla giratoria
y alcanzó la mano hacia el pomo. “Dime, mamá. ¿Qué quieres?”, le preguntó
impacientemente.
Su
mamá le contestó mientras empujaba un vaso de agua y una pastilla verde hacia
su cara: “Es la hora de cenar”. Valeria suspiró otra vez y los agarró. Odiaba
estas interrupciones. El descanso de comer no era bastante corto. La próxima
vez los científicos, ella pensó, o quienquiera que creara los alimentos,
necesitaba diseñar un parche alimentario que nunca tuviera que quitarse que
emitiera lo necesario a las horas necesarias. El gran propósito de las primeras
pastillas era de ahorrar tiempo, ¿no? Obviamente, los científicos necesitaban
volver a pensar en el diseño de eso.
Valeria
tomó la pastilla sin decir nada a su madre y devolvió el vaso medio lleno de
agua. Volvió a su escritorio y ya pudo sentir el calor de la comida sintética
llenándole el cuerpo. En unos minutos el estómago dejó de gruñir y ella podía
concentrarse en la tarea. Agarró un destornillador y comenzó a desenroscar la
placa del estómago del perro. Tal vez si ella pudiera conectar los cables
azules y morados, el perro se callaría y empezaría a menear la cola. Ella
trabajó toda la noche hasta que su madre entró otra vez con una pastilla
rosada. “¿Has llegado a arreglarlo, cariño?”, le preguntó a Valeria mientras le
plantaba un beso en la cabeza.
Valeria
se negó y tomó la pastilla: “Pero tengo que entregarlo de todos modos”. Sintió
el alimento llenando el estómago otra vez pero eso no le consoló. Recogió el
perro y lo puso en el suelo. “Venga. Vamos a la escuela”, ella dijo al perro
después de agarrar su mochila. El perro le contestó con un ladrido y la siguió
afuera de la casa.
En
la calle, Valeria y el perro pasaron por las fachadas de varias tiendas. Un
banco, una mueblería, una tienda de
vitaminas y pastillas, un hospital, etc. Cuando llegaron a la escuela, Valeria
recogió el perro en los brazos y lo trajo al aula donde se sentaban los otros
estudiantes. Pasaron la mañana hablando de las técnicas de dar emociones a los
robots y como se puede fabricar piel más natural para ellos. A la una hubo un
descanso de quince minutos para tomar la pastilla morada de la comida y Valeria
la tomó rápidamente. Nunca entendía porque los maestros nos daban más de cinco
minutos cada día para tomar una pastilla. Tuvieron que hacer exámenes muy
pronto para las solicitudes de la universidades. No quedaba tiempo para comer.
Valeria
esperó en la silla ansiosamente para volver a comenzar la clase. Hoy tuvo que
presentar su perro al maestro y se sintió enferma a causa de los nervios.
Cuando pasó al frente de la clase y empezó su presentación el perro se negó a
cooperar. Ella intentó muchas veces sobornar al perro con pastillas virtuales
pero no tuvo éxito. Valeria se puso roja y podía sentir las lágrimas en los
ojos. Había fracasado. Había pasado demasiado tiempo tomando pastillas y
hablando con su madre. No entendía como ninguna persona lograba nada cuando
tenía que perder el tiempo comiendo o socializándose. Quitar la cocción no
había sido suficiente. La sociedad necesitaba quitar las pastillas y el
desplazamiento también.
La
presión de tener éxito era demasiada. Valeria tenía que dedicarse sólo a la
tarea y nada más. Y lo haría.
Effie Smith 2015
La fotografía procede de
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