miércoles, 22 de abril de 2015

Las pastillas

En su sugerente cuento de ciencia ficción, Effie Smith, de mi clase Hispanic Women Writers en University of Virginia Hispanic Studies Program, nos presenta una aterradora distopía en que el tiempo de descanso ha sido casi totalmente eliminado, y los seres humanos se han convertido ya desde la escuela en esclavos obsesivos de la productividad.

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Su madre tocó la puerta tímidamente. Ella sabía que Valeria quería que nadie le interrumpiera jamás mientras que trabajaba. La escuela no permitía extensiones en los plazos de entrega y ella tuvo que terminar su tarea con el perro. Por alguna razón, nunca podía hacer que la cola del perro se meneara cuando estuviera feliz; sólo ladrara. Valeria lanzó un suspiro y giró en la silla giratoria y alcanzó la mano hacia el pomo. “Dime, mamá. ¿Qué quieres?”, le preguntó impacientemente.

Su mamá le contestó mientras empujaba un vaso de agua y una pastilla verde hacia su cara: “Es la hora de cenar”. Valeria suspiró otra vez y los agarró. Odiaba estas interrupciones. El descanso de comer no era bastante corto. La próxima vez los científicos, ella pensó, o quienquiera que creara los alimentos, necesitaba diseñar un parche alimentario que nunca tuviera que quitarse que emitiera lo necesario a las horas necesarias. El gran propósito de las primeras pastillas era de ahorrar tiempo, ¿no? Obviamente, los científicos necesitaban volver a pensar en el diseño de eso.



Valeria tomó la pastilla sin decir nada a su madre y devolvió el vaso medio lleno de agua. Volvió a su escritorio y ya pudo sentir el calor de la comida sintética llenándole el cuerpo. En unos minutos el estómago dejó de gruñir y ella podía concentrarse en la tarea. Agarró un destornillador y comenzó a desenroscar la placa del estómago del perro. Tal vez si ella pudiera conectar los cables azules y morados, el perro se callaría y empezaría a menear la cola. Ella trabajó toda la noche hasta que su madre entró otra vez con una pastilla rosada. “¿Has llegado a arreglarlo, cariño?”, le preguntó a Valeria mientras le plantaba un beso en la cabeza.

Valeria se negó y tomó la pastilla: “Pero tengo que entregarlo de todos modos”. Sintió el alimento llenando el estómago otra vez pero eso no le consoló. Recogió el perro y lo puso en el suelo. “Venga. Vamos a la escuela”, ella dijo al perro después de agarrar su mochila. El perro le contestó con un ladrido y la siguió afuera de la casa.

En la calle, Valeria y el perro pasaron por las fachadas de varias tiendas. Un banco, una mueblería,  una tienda de vitaminas y pastillas, un hospital, etc. Cuando llegaron a la escuela, Valeria recogió el perro en los brazos y lo trajo al aula donde se sentaban los otros estudiantes. Pasaron la mañana hablando de las técnicas de dar emociones a los robots y como se puede fabricar piel más natural para ellos. A la una hubo un descanso de quince minutos para tomar la pastilla morada de la comida y Valeria la tomó rápidamente. Nunca entendía porque los maestros nos daban más de cinco minutos cada día para tomar una pastilla. Tuvieron que hacer exámenes muy pronto para las solicitudes de la universidades. No quedaba tiempo para comer.

Valeria esperó en la silla ansiosamente para volver a comenzar la clase. Hoy tuvo que presentar su perro al maestro y se sintió enferma a causa de los nervios. Cuando pasó al frente de la clase y empezó su presentación el perro se negó a cooperar. Ella intentó muchas veces sobornar al perro con pastillas virtuales pero no tuvo éxito. Valeria se puso roja y podía sentir las lágrimas en los ojos. Había fracasado. Había pasado demasiado tiempo tomando pastillas y hablando con su madre. No entendía como ninguna persona lograba nada cuando tenía que perder el tiempo comiendo o socializándose. Quitar la cocción no había sido suficiente. La sociedad necesitaba quitar las pastillas y el desplazamiento también.

La presión de tener éxito era demasiada. Valeria tenía que dedicarse sólo a la tarea y nada más. Y lo haría.


Effie Smith 2015

La fotografía procede de 

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