En este relato, Silvia Cámara nos ofrece la versión previa de lo sucedido, la historia perdida sobre la que se forjó el mito
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Voy a contaros la historia real, la
fiable, tal y como sucedió, sin trampas ni mentiras, la que le conté a mis
nietos, porque he sabido que estos la han escrito de otra manera, la han
contado como a ellos les convenía,
estoy muy mayor y no quiero morirme sin que se sepa la verdad.
Hace mucho tiempo, cierto capataz duro, al
ver que no conseguía lo que pretendía, hizo cosas muy crueles. Por eso es
preciso que escuchéis con atención. Quiero que mis descendientes lo sepan todo
y puedan ver con sus propios ojos el mundo, que lleguen a la realidad desde el
saber y el entendimiento, no desde la manipulación. Así que os la contaré desde
el principio de los tiempos.
En la temporada de la vendimia, fue
cuando los conocí. Ella una gran dama y él un gran Señor. El caballero parecía haber
leído mucho y saber de todo, hablaba con los hombres elegantes de su alrededor
sobre temas como que la tierra gira alrededor del sol, o de dónde proviene la Creación...
La
esposa era bellísima, con una gran melena negra hasta la cintura, de piel
blanca y lisa y unos ojos azules con aspecto de pena. Siempre iba muy bien
vestida, provenía de una familia
adinerada y de gran prestigio, pero pese a las advertencias no pudo escapar de
esos brazos fuertes, ese cuerpo cultivado, esas manos grandes y esa cabellera
morena ondulante. Aquella mujer hubiese podido tener a cualquiera, hombres muy
importantes y ricos le habían ofrecido todo por estar con ella, pero ella se
mantenía Virgen para uno solo , para
aquella barba que veía cada día trabajando con sudor.
La bellísima dama hacía a sus siervos que
pasasen por el comercio de aquel hombre para encargar muebles que no
necesitaba: primero fue una mesita, después una mecedora, más tarde una cama…
tenía una gran habitación llena de muebles que no usaba y que le servían de
pretexto para verlo. Lo último que le encargó, fue una cuna, ya sabían ellos
dos para que la necesitaban. Tuvieron
un niño, después otro…y con ellos la vida se volvió más rutinaria, menos
apetitosa y un poco más aburrida de lo habitual. El Señor se entretenía haciendo figuritas de barro y ella se pasaba el
día poniendo a secar esas figuritas. O eso me contaron las criadas.
Todos sus hijos se habían ido a estudiar fuera, pero el Primero, se quedó allí, en aquel
lugar idílico; porque le gustaba estar en contacto con la naturaleza, estudiar
las plantas y disfrutar de la vida contemplativa.
Yo había ido con mis padres y mis hermanos
para trabajar en la recogida de la uva, íbamos a todas las cosechas que había
durante el año y luego descansábamos cuatro meses. Trabajábamos doce horas al
día, nos levantábamos bien temprano, antes de salir el sol, nos poníamos un
delantal y un pañuelo en la cabeza, cogíamos nuestras tijeras, nuestro canasto
a la espalda y pasábamos todo el día doblados para recoger los racimos lo más
rápido posible. A veces hacíamos competiciones, otras simplemente pensaba en lo
cansada que estaba de llevar esa vida, de no tener un sitio fijo, de no tener
tiempo para leer o conocer más mundo, pero todo eso se perdía, se me olvidaba
cuando levantaba el cuerpo y con una mano apoyada en la frente tapando el sol y
la otra en los riñones, veía aquel lugar lleno árboles, con la frescura del
río, los cantares de los pájaros y el verdor de aquel inmenso sitio.
Mientras disfrutaba de las vistas, vi venir
al Señor , venía acelerado, gritando
y haciendo gestos de fastidio con la mano, parecía que alguien se iba a llevar
una gran bronca, venía hacia nosotros como un energúmeno, pataleando, quitando
hojas de las viñas que se encontraba a su paso, dando puntapiés y pataletas …tanta
era la rabia ,que no se dio cuenta que un empleado se levantaba en ese mismo momento
con su cesta a la espalda para llevarla al camión y recibió de pronto un golpe
en las narices tan brutal que todos creíamos que lo había matado, yo por el
sonido afirmaba que algún hueso se le había roto. Al chocarse el caballero, se
desplomó en el suelo y no pude hacer otra cosa que ir a socorrerlo. Cuando
despertó, yo ya estaba allí, mojándole la frente con un paño para que se
repusiese del golpe.
-¿Te has hecho daño? Le
pregunté.
-No, chiquilla, no te
preocupes ¿Cómo te llamas?.
-Eva, Señor, me llamo Eva.
-¡El nombre de la creadora de todo ser viviente!. Me dijo. ¡Qué bien
suena! ¡Qué bien huele! Y que bien me hace a la vista.
Lo levantaron y lo llevaron a su casa aturdido, acompañado de algunos
empleados, tapándose las narices con la mano, pero sin dejar de mirarme.
Al día siguiente, antes de que
empezásemos la jornada, mandó a su hijo para darme las gracias de parte de su
padre y para ofrecerme un paseo matutino, porque aquel día, según su padre, no
podía trabajar la mujer que le había salvado la vida.
Cogimos unos caballos y paseamos por la
orilla del río, yo notaba que eso era algo raro porque nunca me había ocurrido
nada parecido y porque ciertos ruidos nos acechaban por el camino, aunque él
decía que eran ardillas.
Nos bajamos de los caballos y nos sentamos
bajo un árbol. Él me contó una leyenda, sobre que ese árbol era el árbol de la ciencia del Bien y el Mal,
que por eso le salían las raíces tan pronunciadas y largas y que se decía que
sus frutos eran prohibidos, que darían más dolor en los embarazos a las mujeres
que los comiesen y hambre y trabajo a los hombres si también caían en la Tentación.
Y yo le pregunté:
-¿Pero si no trabajamos
hombres y mujeres, si no tenemos hambre
y no nos duele el cuerpo al desgarrarse una parte de él, como sabremos lo que
es el esfuerzo y la satisfacción de conseguir aquello por lo que has luchado?¿Qué
haremos cuando llevemos tres meses paseando y adorando al cielo?¿No nos
aburriremos?
-No lo sé. (Me
contestó). Yo desde que vine a este mundo no conozco nada de eso y tampoco he
probado a comer nada de este árbol, no vaya a ser que cambie la suerte. ¿Tienes
hambre?. ¿Quieres venir a casa a comer?
-Pero como voy a ir, si
no conozco ni tu nombre.
-Está bien, te lo diré,
pero no tienes que hacer bromas con él.
-No las haré, te lo
prometo.
-Es Adán, me llamo Adán.
-¡Pero si nosotros somos
los verdaderos protagonistas de la Tierra!¿Cómo no nos habíamos encontrado antes?
-Dijiste que no harías
bromas con mi nombre.
-No las estoy haciendo,
las estoy haciendo con el de los dos.
La verdad es que aquel chico me
gustaba, no era como los que había conocido antes, no tenía las manos
trabajadas, su piel era más blanca y no escupía al hablar.
Al llegar a su casa un saludo efusivo de
su padre hizo que desviase la atención de la visita que allí nos esperaba, Lilith , la novia de Adán. Estaba sentada en un sillón
con respaldo de paja . Cuando nos vio entrar cruzó las piernas de tal manera que
nada guardó de lo que el vestido blanco transparente dejaba al descubierto.
-¿Qué has ido a comer
del árbol prohibido con esta campesinucha? Dijo ella sobresaltada.
-No Lilith, solo hemos dado
un paseo de agradecimiento, porque, porque verás, a mi padre ayer…
-No me cuentes nada más,
no quiero saber nada. O sea, que llevo
esperando toda la vida para ir allí ¿ y ahora te vas con la primera que conoces?
. Pues sabes que te digo, no te aguanto más, me voy, ahí te quedas con tu
Paraíso, tu ideal de amor puro y el espíritu santo. Yo me voy a buscar otra
clase de amor.
Movió su inmensa cabellera roja para otro
lado y se fue con su túnica vaporosa y sus transparencias. Luego supe de ella
que no acabó muy bien allí por el Mar Rojo.
Al día siguiente el
joven Adán volvió a venir en mi busca y me propuso que trabajase en su casa,
que lavaría, fregaría, haría de comer, ayudaría en las tareas… y yo le dije:
-Pero, ¿no hay nada
mejor que hacer para una chica de mi edad?
-¿Qué puedes hacer? Me
preguntó.
-Todo lo que me
proponga, le respondí.
-¿Te gustan las plantas?
-Si, mucho.
-Pues hablaré con mi
padre para que deje que vengas conmigo, yo seré tu Maestro y tú serás mi Discípulo.
- Dirás Discípula,
aunque ahora que lo pienso, no conozco a ninguna Discípula femenina, de los Doce que he escuchado hablar todos son
hombres. ¡Seré la mejor!
Su padre no pensaba que fuera muy buena
idea, pero como le dijo que sería al aire libre y que darían largos paseos, no
le pareció tan mal. Nos puso un estudio de botánica y me dijo que ahora tendría
que dormir allí, para que las preocupaciones de los trabajadores no me afectaran
y que así serviría de compañía a su hijo que tan solo y aburrido se encontraba.
<<¿Compañía de
quién? ¿Qué pensaban que era un perro?. Yo estaba allí para aprender, para
entender cosas del mundo.>>
Eran principios de Octubre y la vendimia estaba
llegando a su fin, el padre de Adán me propuso quedarme un tiempo más como
ayudante de su hijo, pero para quedarme en aquel Paraíso tendría que dejar lejos a toda mi familia y a todos mis amigos,
aquel lugar estaba muy apartado.
Al fin , acepté, despidiendo a mis padres y hermanos con un
gran dolor en el corazón.
Y tan , tan apenada estaba aquel día que
Adán me propuso ir a dar una vuelta , para ver si el aire fresco me reanimaba y
daba un poco de calma a mi tristeza, mientras íbamos paseando y por hacerme una
broma que me alegrara, se desnudó y
se metió en el río chapoteando; yo, en
un estado de esa felicidad que se produce después del llanto también lo seguí,
me quité el pañuelo y la melena pelirroja cayó sobre mis pechos blancos.
Después de las risas, él se acercó lentamente y me ofreció una fruta, la fruta
de aquel árbol con leyenda, la fruta prohibida , una manzana de coloradas
mejillas, brillante y apetitosa; la comimos entre los dos, un bocado él, otro
bocado yo y nos quedamos tumbados, mirando al cielo, y buscando
aquellas formas en las nubes que dicen representar los sueños.
De pronto, se oyeron unos ruidos y
salió su padre de entre los arbustos, tapamos en seguida nuestras vergüenzas
con las primeras dos hojas que
encontramos, pero de nada sirvió. El Señor cogiendo a su hijo del brazo y
llamándole depravado, le dijo que él no quería estudiar, que lo que pretendía
era otra cosa con aquella pobre chiquilla, pero que no lo iba a conseguir,
mañana mismo se iría a estudiar con sus hermanos y ni una palabra más.
No volví
a ver a Adán, escuché unas ruedas que chirriaron sobre el asfalto en plena
madrugada y supe que era mi amado botánico.
Me quedé esperando alguna carta y entré a
formar parte del servicio del hogar, el desarrollo del conocimiento se acabó
cuando se acabó la compañía inocente del
hijo y llegó la imposición de un inseguro hombre necio.
Un día entró en aquel jardín colonial
que él mismo había encargado construir para sus hijos, mientras yo revisaba que
las barandas y los muebles estuviesen limpios. El calor de aquel día era
insoportable, parecía que nunca iba a llegar el invierno y las gotas de sudor
me caían por el pecho sin Piedad . El
Señor vino a ver qué tal me iba, aunque
realmente no le importaba, lo único que le importaba era declararme su “amor”. Dijo
que todo lo que había hecho era para estar siempre cerca, siempre conmigo, que
sabía que yo era virgen como su esposa lo había sido y que esperaba el momento idóneo
para estar conmigo, dejarlo todo e irnos, pero que temía que su hijo en alguno
de aquellos días la hubiese obligado a hacer cosas que no quería,¡ hasta un
hijo había sacrificado por aquel amor! , me Confesó.
Me quedé sorprendida; creía que realmente
ellos me valoraban y que no me habían dejado leer historias de amor, de
aventuras ni de ciencia (a no ser que fuera de plantas) para que no sufriera
con ello; pero ahí lo vi claro, lo que
no querían era que yo me diese cuenta que hay maridos que engañan a sus
esposas, que hay hermanos que se traicionan y que en esos libros hablan de las
mujeres como si fueran una propiedad.
Bajé la cabeza un momento para pensar en
todo lo que me estaba sucediendo, y vi como una Serpiente se deslizaba por entre las sillas, pegué un grito y me fui
corriendo hacia la puerta del jardín que daba entrada a la casa. Le dije al
Señor que me iría de allí enseguida y que no lo quería volver a ver nunca más.
Pero todo el orgullo se deshizo cuando al
entrar en casa vomité como nunca lo había hecho, al día siguiente también, y al
otro y al otro…, al darme cuenta de lo que pasaba acepté la propuesta del Señor
y quedé bajo su tutela hasta que nació Caín.
Caín trajo consigo la
desgracia, y junto a ella el Pecado
que realmente condenó a la humanidad: LA ENVIDIA.
Silvia Cámara 2012
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