Hoy os presento a Jane Austen pasada por Blasco Ibáñez acabando en una barbacoa en Gilet. Empar Martí actualiza así el naturalismo. La brecha entre las clases sociales no hizo falta actualizarla porque, como el dinosaurio, todavía estaba allí.
_________________________
José María, (o Jose, que era como lo conocían
en el barrio suburbial donde vivía) estaba a punto de cumplir veinticinco años.
Era un chico corpulento (no en vano había estado ejercitando casi a diario sus
bíceps y pectorales en el gimnasio), bastante alto y ambas características lo
hacían sentirse bastante orgulloso de si mismo. Además, como buen valenciano,
tenía los ojos marrones y grandes, y un pelo de color oscuro que siempre había
llevado corto. Desde ya hacía bastante tiempo lucía una barba recortada que era
el rasgo que le diferenciaba y que más personalidad le otorgaba.
Jose
nunca había sido buen estudiante. Bueno, en realidad, nunca se tomó las clases
demasiado en serio, había una gran falta de interés por su parte hacia todo lo
que pudieran decir y repetir sus profesores. Aún así, acabó la ESO repitiendo
curso una única vez, y, después de pasarse unos pocos meses en casa
holgazaneando, buscó y encontró trabajo en la empresa de Iberdrola. Esto le
posibilitó que, a sus veintidós años, gracias a sus ahorros y a una hipoteca
pudiese instalarse en su propia casa, cerca de la parada de Florista, y en
definitiva, cerca de donde vivían los
suyos, es decir, su madre y sus amigos. Estos se llamaban Rafa, Christian y
Juan (apodado el Negro, por ser bastante moreno de piel), tenían más o menos la
misma edad y compartían gustos y aficiones. Solían divertirse por las tardes
juntos, fumando porros si se trataba de una fecha especial, y yendo a
discotecas los viernes o sábados por la noche.
Puesto que la mayoría se había
independizado habían dejado de quedar en la calle para acudir a casa de alguno
de ellos, allí hablaban de cualquier tema, jugaban a la Play, veían la tele, o escuchaban música, acompañados de algunas
latas de cerveza. En definitiva, juntos estaban a gusto y lo pasaban siempre
bien.
Dentro
del grupo de amigos, Rafa era quizás el más retraído de todos, un chico
callado, que siempre hablaba medio en susurros. Era bastante listo y sencillo,
pero poco ambicioso y bastante vago. Era delgado y no muy alto, pero desde los
veinte años contaba con una incipiente calvicie que, teniendo en cuenta su
juventud, lo hacía a primera vista, parecer poco atractivo. Tenía novia desde hacía algunos años, Laura,
un poco mayor que él. Era una chica que
solía vestirse siempre con una talla menos de la que su cuerpo le pedía usar,
llevaba el cabello teñido de un color rubio demasiado claro, poco natural, que,
unido con sus finísimas cejas marrones, establecían un conjunto muy poco
favorecedor. Sin embargo siempre se mostraba muy simpática y amigable con Jose,
por lo que este disfrutaba mucho con su compañía.
Christian
era el guapo del grupo, era joven, y le gustaba demasiado divertirse con las
chicas como para elegir solo a una. Tenía una sonrisa todavía de niño, habitualmente
enmarcada con una barba de pocos días, y, como había optado por llevar puestas
sus gafas solo a la hora de conducir, tenía por costumbre entornar sus ojos
miopes más de lo debido. Cuando se lo proponía podía ser extremadamente
simpático y sociable, aunque eso no quitaba que fuera muy reservado. Además,
era un chico muy leal con sus amigos, y, tal vez por eso fuera en quién más
confiara Jose.
El
Negro admitía orgulloso tener ascendencia gitana, y, sus compañeros lo
respetaban y admiraban por ello. Era un tipo alto y extremadamente delgado, un
flequillo liso y oscuro solía cubrirle la frente. Pese a contar con veinticinco
años era barbilampiño y tenía una boca bastante grande cubierta por unos labios
demasiado carnosos. Era muy hablador y dicharachero, sin duda alguna, el más
gracioso de los cuatro. También tenía novia: Fany, una chica tímida comparada
con él, pero muy valiente y segura de sí misma. Era una joven atractiva, con
cabellos muy negros y ondulados, recogidos normalmente con una coleta alta, para
así poder lucir su largo cuello y enseñar orgullosa, sus pendientes de aro
dorados que el Negro le regaló en su primer aniversario de novios.
Los
chicos se veían varias veces entre semana, comunicarse era fácil: mediante un whatsapp, o un mensaje en facebook
establecían la hora y el sitio en el que quedar y quién podía se unía.
Las novias, normalmente no acudían a estos encuentros, pero sí que se sumaban
cuando llegaban los fines de semana, sobre todo, si iban a bailar. Todos ellos
eran buenos amigos: se apreciaban, se respetaban, y en los ataques de
sinceridad, causados habitualmente por el alcohol, se prometían que harían
cualquier cosa el uno por el otro.
Un viernes, destinado a ser un
día de fiesta normal en la discoteca habitual, Jose la vio. Sonaba una canción
comercial en inglés, tal vez la última de Rhianna, de Lady Gaga o de Katy
Perry, Jose nunca se acordaba de quién cantaba cuál, y la chica le llamó la atención por la manera
qué tenía de bailar: movimientos sensuales y elegantes al mismo tiempo.
No podía apartar sus ojos de
ella, y, por fin, consiguió el valor suficiente como para mirarla y sonreírle al
mismo tiempo. Ella también le dedicó una sonrisa, inocente y pícara a la vez. Jose,
alentado por sus amigos, que habían estado presenciando la escena, se acercó, y
la chica, que parecía interesada en él, tuvo la consideración de alejarse un
poco del círculo de amigas para que él no se sintiera abrumado o incómodo.
Conforme Jose se acercaba a ella
percibía la dulzura y candidez de su rostro de no más de veinte años. Irradiaba
una frescura contagiosa, y vestía camiseta de tirantes con generoso escote que
le permitía insinuar unos senos pequeños pero firmes. Jose echó un vistazo rápido a su cuerpo,
fijándose en sus pantalones ceñidos, perfectamente acoplados a sus curvas, y en
sus zapatos, que culminaban con unos tacones francamente altos.
Jose volvió la su mirada a su
rostro, era realmente atractiva; y ella, parecía saberlo. Torpemente se
presentó, desde luego las discotecas no eran el lugar más idóneo para entablar
conversación. Ella también le dijo su nombre: Marta. Estuvieron bailando juntos un buen rato, ella
no paraba de juguetear con su pelo: castaño, brillante y largo. Antes de
despedirse, se intercambiaron los whatsapps, dejando abierta la
posibilidad de volver a verse.
Durante
los siguientes días, Jose estuvo pendiente del móvil a todas horas. Se
escribían a diario, aunque solo fuera para desearse un buen día o una buena noche.
Marta decía querer conocer a Jose un poco más, le recordaba, secretamente, a
esos amigos con los que vivió momentos tan divertidos y ahora tan lejanos, en
unas calles cada vez menos transitadas, de un pueblecito escondido entre las
montañas de Teruel. El pueblo de antepasados, que sus abuelos se negaron a abandonar.
El mismo pueblo que su madre pronto cambió por la ciudad, y que ahora, como
buena nueva burguesa, aborrecía avergonzada.
Al final, Jose, siempre animado
por sus amigos, tuvo el valor de proponerle quedar, y Marta aceptó. Se citaron
en el Starbucks, un lugar al que Jose no solía ir, puesto que los precios eran
desproporcionadamente caros comparados con las cantidades que servían, y eso
siempre le había molestado bastante. Sin embargo, fue muy agradable encontrarse
de nuevo con Marta. Estuvieron hablando mucho tiempo: ella le contó que tenía
diecinueve años y estaba en segundo de carrera. Estudiaba administración y
dirección de empresas en inglés en la Universidad de Valencia. Jose no pudo
reprimir su asombro, ¿en inglés? Ella sonreía, restándole importancia,
comentando que no era tan difícil, que
una vez visitabas el extranjero te dabas cuenta que aprendiendo no demasiadas
palabras podías interactuar en la mayoría de situaciones. Ah, que has estado
en el extranjero y todo... se le escapó a Jose. Claro, dijo Marta, ¿tú,
no?
Jose ya sabía cómo funcionaba el sistema, con
veinticinco años, quizás todavía no lo sabía todo, pero sí que conocía, de
sobras, las reglas básicas del juego. Así que fue sincero con ella. Le explicó,
sintiéndose interiormente un poco avergonzado e intimidado, aunque esto no lo
reconocería nunca, cómo él había dejado los estudios después de obtener el título
de graduado en ESO, había estado varios años trabajando en Iberdrola, se había
comprado un piso (no le dijo dónde) y ahora estaba parado, buscando un nuevo
oficio.
Marta
se dio cuenta de que nunca antes había estado hablando tanto tiempo con un
chico así. Ella vivía en la Gran Vía, había estudiado siempre en
colegios privados y desde luego, no tenía ningún amigo íntimo que no estudiara
en la universidad. Sin embargo Jose le gustó. Le pareció un chico humilde y
sincero, que contaba, en definitiva, con unos atributos diferentes a los amigos
de los que se había rodeado siempre. Así que cuando Jose le propuso llevarla a
su casa para terminar de pasar bien la tarde, Marta, curiosa por saber qué tipo
de piso tendría alguien como él, aceptó decidida.
Marta
se encontró delante de una finca de múltiples bloques de un barrio de
extrarradio, construida probablemente en los años sesenta. Jose vivía en el
segundo piso, al que se podía acceder usando un ascensor que,
sorprendentemente, no tendría más de tres años. El interior de la casa le gustó:
los muebles, aunque bastante escasos, eran nuevos y modernos, no había cuadros
colgando de las paredes ni fotos distribuidas por el salón-comedor: se notaba
que vivía solo. La casa estaba decorada con muy buen gusto, esto sorprendió
gratamente a Marta, y, aunque sobria, contaba con todo lo necesario. Además, al
contrario que la habitación de Marta, todo estaba limpio y muy ordenado.
Pasaron
varias semanas, y Jose y Marta se encontraban dos veces por semana, casi
siempre en casa de él. No había
compromiso alguno por ninguna de las dos partes, pero Jose poco a poco se
estaba enamorando de Marta. Marta lo notaba y se dejaba querer. Él era un buen
chico, la trataba como una reina, sin duda mejor que todos los ex juntos: cocinaba para ella (¡y Marta
que nunca había puesto los pies en una cocina!), siempre tenía el coche
disponible para llevarla donde fuera, y nunca le decía que no a ninguna de sus
propuestas o caprichos.
Marta
estaba indecisa, no sabía qué hacer. Ese chico era especial, sin duda diferente
al resto, y eso le gustaba y le atemorizaba a la vez. Ella, que tenía todas las
papeletas para triunfar en la vida, ¿realmente quería dificultar su ascensión
con un novio que nunca ganaría más de mil euros?
Sus amigas, que con el mismo
corte de pelo e idéntico estilo a la hora de vestir, parecían un conjunto de
copias donde no se sabía quién era la original, si es que alguna vez la hubo, no dudaban en expresarle su opinión: tía,
te has vuelto loca. Ella no podía evitar reír cada vez que le repetían esa
frase. Aunque comentarios como Déjalo ya porque si no vas a hacerle daño,
le perforaban algo, en su interior.
Su hermana, cómplice a
regañadientes de esta circunstancia, le comentaba que no se preocupara por lo
que le dijeran sus amigas, total, el
chico ya es mayorcito y seguro no será tan tonto de pensar que vas a estar
mucho tiempo entreteniéndote con él.
Marta, se enrabiaba al escuchar
estas opiniones, que no cesaban porque en realidad, ella nunca contestaba con
la suficiente claridad o contundencia como para acallarlas. Además, una
vocecita interior, le advertía de la poca gracia que les haría a sus padres
enterarse de que ella tonteaba con un chico como Jose. Aunque, por otra parte, sus padres tampoco
tenían por qué enterarse, al menos, de momento. Y cuando se enteraran, ya
buscaría qué hacer para camuflarlo todo.
En cuanto a sus amigas, como veían
que había transcurrido bastante tiempo y que Marta seguía apreciando al chaval,
decidieron hacerse las modernas e intentar ver la situación como algo normal, y dejaron de criticar a Jose, al
menos en presencia de Marta. Aunque, a
veces, alguna de ellas no podía evitar preguntar, ¿bueno, con Jose qué,
todavía estáis juntos?
Así
pasaron pocos meses. Jose, aunque intentó controlarse todo lo que pudo, acabó
enamorado de ella. Marta no sabía qué sentía por él exactamente, pero sí que es
verdad que, cuándo estaban juntos, estaba muy a gusto. Todo iba bastante bien
entre ellos, hasta que Guille volvió de Nueva York.
Guille era el eterno enamorado de
Marta. No era especialmente guapo: llevaba el pelo demasiado corto, dejando
totalmente al descubierto una cara demasiado redonda y poco favorecedora,
además, tenía un poco de sobrepeso. Sin embargo, era muy inteligente, había
conseguido obtener la máxima nota de entre todos los de su promoción, procedía
de una familia bastante bien acomodada y ahora volvía de hacer un máster en una
prestigiosa universidad muy cercana a la ciudad de Nueva York.
En
cuanto Marta se enteró de que Guille estaba de vuelta, le entraron ganas de
verle y de que le contara su viaje. Jose, no se mostraba demasiado entusiasta
con el regreso de ese chico, y Marta lo sabía. Sin embargo, ella no se iba a
quedar sin ver a su amigo, por ello, planeó una fiesta de bienvenida con mucha
gente, así estarían todos juntos, Jose se divertiría, y ella, seguro que
encontraba un momento para hablar con Guille.
Jose,
aunque tenso e inseguro aceptó ir a la fiesta, ya que tampoco tenía elección.
Sabía como era Marta, y aunque no conocía a sus amigos, intuía que todavía
serían más pijos que ella, así que se arregló todo lo que pudo. Su gran amigo
Christian le prestó su única camiseta de marca, que puesta, además, le marcaba
los músculos, y, después de vaciarse medio bote de gomina, y terminar de
arreglarse, estaba realmente guapo.
La
fiesta era en Gilet, en el chalé de uno de los amigos que Marta y Guille tenían
en común. Jose recogería a Marta, e irían los dos solos en el coche. Aunque era
un poco complicado de llegar para alguien que no hubiera estado nunca, y Marta
no era muy buena copilota, lograron encontrar el sitio, gracias a Jose y su muy
desarrollado sentido de la orientación.
El chalé no estaba nada mal, el terreno era grande y estaba muy bien
cuidado. Contaba con una piscina, y estaba rodeado de campos de naranjos. Jose
se imaginó que para su cuidado tendrían contratados a un par de inmigrantes
como mínimo, ya que una familia así no iba a poner sus manos al cultivo de la
tierra, y eso le pareció bastante patético.
Los primeros momentos fueron sorprendentemente
agradables para Jose: Marta no se separaba de su lado, y él, en cierto sentido,
causaba admiración: era alto, mayor que ellos, y musculoso. Además, era
diferente, esto todos lo sabían, y por ello, curiosos por lo que pudiera decir
o por cómo lo pudiera expresar, todos entablaban conversación con él.
Tal
y como Jose temía, en cuanto Marta vio a Guille, fue rápidamente a su
encuentro. Por supuesto, Marta los presentó, pero Jose tuvo que soportar como
Guille, el feo de Guille, lo miraba todo el tiempo con un aire de superioridad
que no se esforzaba en disimular.
A
partir de este momento, Jose empezó a
pasarlo francamente mal. Marta quería aprovechar que Guille estaba de vuelta
para practicar su inglés, ¿cómo?
pensaba Jose, ¿aquí y ahora? El pobre
Jose, resignado y enfurecido, intentó
ganar tiempo conversando con los amigos de Marta. Pero estos, al ver que ella
no se estaba presente, encontraron muy divertido intentar dejarlo en evidencia
preguntándole cómo se ganaba la vida y qué había estudiado.
José,
con sonrisas nerviosas contestaba a todo con sinceridad, intentando no perder
su orgullo, y mientras buscaba con la mirada a Marta, que desentendida del todo,
no dejaba de ofrecer a Guille muestras de cariño. Los amigos de Marta y Guille,
consideraron divertido jugar con Jose, usando en todos los temas de
conversación palabras como créditos, TFM ¿TFM?
¿qué diantres sería eso? pensaba Jose, tutorías, máster…
En
pocos momentos, la angustia de Jose, contrastaba con la alegría de Marta, ella
parecía pasarlo estupendamente bien. Jose no pudo soportar mucho más la
situación, así que, se acercó a ella y le pidió que se fueran. Marta, todavía
no deseaba irse, y Guille, jugando todas sus cartas a una sola baza, le rogó
delante de todos que se esperara un momento, que le había comprado una cosa muy
especial en Nueva York, y que, en vista de que se iba, quería dársela.
Marta, con falsa modestia y asombro,
le comentó que no hacía falta, que no era necesario. Pero cuando lo abrió se quedó
atónita: era un colgante de Tiffany’s.
Un colgante muy caro de Tiffany’s.
¡De Tiffany’s! Del Tiffany’s de
Audrey, de su querida Audrey. Dio un inmenso abrazo a Guille, mientras todos,
soltaban expresiones de asombro, de alegría, y de disimulados celos.
El
pobre Jose, nunca se había sentido tan humillado, y no sabía qué cara poner.
Aunque en realidad, daba lo mismo, porque nadie lo miraba. Probablemente ni la
propia Marta se acordaba de que él seguía allí. Se fue. Eso era más de lo que
podía soportar. Durante un momento se planteó volver y golpear a Guille, lo
habría tumbado seguro, pero desestimó la idea. Había ido allí como un caballero
y como tal, abandonaría el lugar. Con mucha más educación y respeto del que
ellos, pijos desalmados, habían mostrado hacia él.
Empar Martí 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario