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“Óyeme, Luna en Sagitario, hace
raaaato que no charlamos. A ver, cuéntame, ¿cómo está la vida? ¿Por dónde caen
tus balas?” El hombre de Luna en Acuario no había hablado con la mujer de Luna
en Sagitario hace un raaaato, como ves, y desde su pequeña habitación en Harlem
empezó a teclear su interrogatorio que sólo pudo ser producido por amigos que
podrían en algún tiempo lejano haber sido algo más.
“Bueno,
Sagitario, hay algunas personas súper inteligentes, como tú y yo, que han
elegido atraparse en esa pesadilla de mierda que son las relaciones de larga
distancia. Creo que el primer requisito para mantener una de estas viva y
coleando es pensar que esa jeva o ese tipo al otro lado de la cuerda es lo más
cercano que puedes llegar al espacio ultraterrestre sin tener que usar un casco
de astronauta o cumplir con las leyes de gravedad. Pura felicidad.”
Siguió
el klak-klak-klak en Nueva York tanto como en Virginia, y continuó Sagitario:
“Recuerdo
que me reí al haber leído uno de tus artículos en La Manada porque habías mencionado que un método para aliviar esos
largos momentos de desesperación al no poder ver a tu pareja era fundir una
camisa con su fuerte olor a perfume o sudor y alternar entre la cómoda esencia
de tu ser querido y un trapo envenenado.”
Apareció
una sonrisa dientuda en el rostro de Acuario al entender que Sagitario estaba
al tanto de sus travesuras como escritor freelance. “Sí, eso fue broma, y ahora
me doy cuenta que también una basura.”
“No
manches, hombre, que sí lo admito: una vez, le robé una camisa a mi novio y de
regreso él se quedó con una sábana azul de pelusitas sintéticas con cual dormía
yo casi todas las noches. Un día hace un par de meses, me llamó en la madrugada
y me dijo que encontró uno de mis pelos enredado en la sábana. Me dijo, ‘Uy,
gordis, como te extraño’ y seguí yo olfateando mi cóctel de aromas masculinos.
Pasaron los días, seguí abusando de esa droga entrañable mientras el Sr. Luna
en Aries seguía durmiendo con la manta, los dos sin pensar en lavar nuestros
talismanes, y de repente me advirtió que habían parecido más pelos míos hasta
que por fin pudo hacer una peluca idéntica a mi melena.”
“¡El
amor todo lo supera!” dijo Acuario, buscando en su colchón cualquier rastro de
su mujer de Luna en Géminis. ¿Es este un pelo? Ah no, sólo un hilo
insignificante.
Sagitario
estiró su cuerpo en la silla y frotó su cuello desnudo, moviendo sus dedos
hacia el cráneo, lustroso y calvo.
“Y
bueno, en eso he estado. Por lo tanto, amar desde la distancia es un poco como
ir al colegio, sólo que la aula es en realidad tu habitación de 10x10 pies y
tus provisiones son un móvil y un ordenador con cual puedes mandar toda clase
de bobería que de todos modos es valiosa. Con la distancia se aprende a ser
creativo y además permite evaluar las otras partes de tu vida como el trabajo,
la universidad, tus creencias y propios intereses, ya sabes. Y mantener el
romance dulce y como nuevo es sin duda una ventaja. Imagínate nuestro
reencuentro.”
“Tienes
razón. También no quieres que el amor te deje huella.”
“Le
mando videos en cual me pongo una mascarilla de barro, juego con los espacios
entre mis dientes y me quejo sobre el clima deprimente—el invierno en Virginia,
¡buenísima idea! Le envío bolas de nieve, ya que son escasos en el sur de la
Florida, y los primeros pétalos de la primavera. El amor es capaz de preservar
hasta un helado frente a un sol ardiente, te lo prometo. Él me manda fotos de
él posando como una chica pin-up en el suelo del sendero que frecuenta y
algunos videos en cual se queja de la agenda política del Estado. Es todo muy
estúpido pero muy importante para nosotros.”
Y
con esas últimas palabras, Sagitario había dicho todo lo que podía compartir
con su amigo neoyorquino, que era solamente eso, amigo, que de otra manera
hubiera sido la razón por que estuvo sin pelo.
“Me
alegro de que estés bien, socia.”
“Lo
estoy. Y bueno, en eso he estado.”
Sylvia Simioni 2013
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