Hoy os presento un cuento de Theresa Benesh, lleno de monitos que saltan en la cama. Un inquietante relato basado en la canción infantil.
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Jack estaba sentado en la mesa, acabando de comer la cena después de
un día típico en el hospital. Siempre era lo mismo, como le gustaba; ayudaba a los
pacientes, calmaba los padres, y salía para la casa para estar con el amor de
su vida.
Eran las nueve de la noche, el teléfono
empezó a sonar en la sala; conteniendo su respiración, el buen doctor lo cogió.
Oyendo los gritos al otro lado, ya sabía quien era- la madre de los monitos.
“¡Doctor, por favor, ayúdame! que mi hijo se cayó de la cama. No está parando
de llorar. No sé qué hacer. Golpeó su cabeza y tal vez algo más.” El doctor
miró de mala gala a su mujer que estaba de pie en la puerta. Ella, con la
sonrisa más linda, le miró con sus ojos azules y cariñosos. Ella insistió en
que Jack iría, y él sabía lo que necesitaba hacer.
Llegó al hospital a ver a la familia de monos
esperando. Rápidamente agarró el que cayó y fue a examinarle. El doctor se dio
cuenta de que no era sólo la cabeza que estaba doliendo del golpe, sino también
su brazo izquierdo. Dijo a la madre del mono que necesitaba hacer algunos
exámenes para saber que no existía otro problema y después podían regresar a
casa. Ella consintió, diciendo “Por lo menos, no es diestro como su hermano.”
Antes de salir, el doctor dijo, “¡No más monitos saltando en la cama!.
Jack regresó agotado a su casa. A entrar vio
al amor de su vida, con estos ojos azules y su sonrisa linda, esperándole en la
puerta. Dio un beso en la boca y le dio los resultados del
mono para ponerlos en el despacho, que sólo quería regresar a su cuarto.
Finalmente, el día terminó y tuvo su amor a su lado, tan cálido y perfecto.
El próximo día llegó más rápido que quería,
sabiendo ya como iba a seguir. Como cada día, el buen doctor fue al hospital
bien vestido, con el pañuelo grabado en el bolsillo y listo
ya para regresar a su amor. Pasó el día típico sin variación- los pacientes,
los padres, y finalmente la salida.
Como siempre, su mujer estaba esperándole en
la puerta, con la cena ya preparada. Esta noche, como la última, sonó el
teléfono a las nueve. Los ojos de la mujer se iluminaron y fue a atenderlo.
Mirando a Jack, dijo que era la madre de los monitos. De nuevo, conteniendo su
respiración, habló en el teléfono oyendo los gritos. “Doctor Jack, por favor
¡es mi otro hijo! estaba saltando en la cama y se cayó; golpeó la cabeza y
pienso que ocurrió algo más también.
Miró a su mujer con sus ojos de
arrepentimiento, sabiendo lo que ella quería y lo que él necesitaba hacer. “No
quiero dejarte aquí sola, mi amor. Tu eres mi otra mitad.” Mirando a la puerta,
ella contestó que nunca estaba sola siempre y cuando el amor de su vida vivía. “Vaya Jack, por
favor, él necesita de tu ayuda.” Con temor en sus pasos, salió al hospital.
Cuando llegó, de nuevo estaban esperando los
monos. Con prisa la madre se levantó, llorando sin control, y explicó al doctor
que después de caerse su hijo, su hija hizo lo mismo pero que esta se lastimó
la pierna. El buen doctor le dio su pañuelo y lo usó hasta que incluso las
iniciales JK estaban empapadas.
Jack llevó los monitos a hacer los exámenes y les puso las escayolas. Antes
de salir, dijo a la madre, “Por favor, ¡No más monitos saltando en la cama!
Regresó agostado de nuevo a casa, solamente queriendo
ver a su amor. La mujer estaba en la
puerta, como siempre, con la sonrisa todavía más grande y los ojos azules
claros. Jack le dio un beso y ponía los resultados en sus manos para poner en
el despacho, aunque quería ir a la cama en su cuarto. Finalmente su amor llegó
y se abrazó a su cuerpo tibio.
El próximo día era sábado y el doctor no
necesitaba ir al hospital. Podía quedarse con su mujer pasando el día mirando a
su sonrisa tan linda. Jack estaba sentado en la mesa cuando ella salió del cuarto.
Casi como si fuera en el momento justo, el teléfono sonó. Jack puso su cabeza
entre las manos, mirando hacia abajo, no queriendo que su mujer, el amor de su
vida lo contesta. Ya sabía quien era. Se
miraron con ojos de anticipación sabiendo bien lo que el otro quería. Se
levantó el doctor de la mesa y fue a hablar con la madre de los monitos.
“Doctor, por favor, no sé lo que hacer. ¡Mis
últimas dos hijas se cayeron de la cama! Están heridas, por favor, ayúdame.”
Jack estaba casi al borde de hundirse en el suelo. No podía aguantar más. Pero
su amor, con los ojos claros y cariñosos, le mandaba ir; decía que era su
trabajo cuidar de la familia.
Con los resultados en
la mano y la sonrisa en la boca, desapareció la mujer en el cuarto. Jack se
quedó en la mesa, con la comida preparada, y el pañuelo grabado en su bolsillo
interior. Solo quería a su esposa, su amor.
Silenciosamente, Jack oyó la puerta abrirse.
Quedó allí el amor de su mujer; mitad hombre, mitad monito, pero el 100 por
ciento saludable y curado- Bambiro Kevorkian. “Papá.” Paró el corazón de Jack;
no podía ni mirar a estos ojos azules de la criatura. Con las rodillas tan
débiles, al borde del colapso, se levantó. Evitando a su hijo, entró al cuarto
de su despacho; Allí, sentada en la silla al lado de la cama, estaba su amor.
Todavía estaba con la maquina de transfusión de sangre dentro del brazo,
combinando la sangre de los monitos y la suya. Sentada en la silla- pálida,
ojos claros, y la sonrisa linda en la boca. Miró de mala gana a Bambiro y dijo,
“Tu no eres mi hijo, tu no eres mi sangre, has tomado mi otra mitad.”
Con las manos temblando, colocó el pañuelo
grabado sobre la cara de su amor. Y por
última vez, dijo, “No más monitos saltando en la cama.”
Theresa Benesh 2013
El dibujo de los monitos saltando en la cama procede de www.guarderiasalamanca.com
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