En este cuento, mi estudiante Lindsay McPhail imagina la perspectiva de Daniel, uno de los protagonistas de la película También la lluvia (Iciar Bollaín (2010) y le inventa una biografía. Me gusta esta manera de empatizar con América Latina: intentar ponerse en el lugar del otro, convertir en sujeto al objeto de la representación.
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Hace
dos meses desde que nuestra familia recibió el aumento del 200 por ciento en la
factura de agua. La factura por mi agua es más de lo que puedo pagar. La gente
aquí en Cochabamba no sabe qué hacer. Hemos tratado de cavar túneles para
conectar tuberías de los manantiales a nuestros pueblos, pero la policía llega
todos los días al mediodía para cerrar y bloquear los pozos. La policía
confisca nuestros cubos para cobrar el agua de lluvia también. Ya no es nuestra agua, ni siquiera la lluvia.
Desde
que era niño, el gobierno en Bolivia ha privatizado las industrias públicas.
Primero fueron los ferrocarriles, y después los sistemas de teléfono y las
compañías aéreas. Como resultado de estas transiciones, muchas personas
perdieron sus trabajos. A consecuencia de la corrupción del gobierno yo perdí
mi trabajo en la industria de construcción. Mi asignación fue una estación de
tren solamente veinte minutos al norte de mi casa. Se suponía que la estación
era una parte de un ferrocarril nuevo, pero el proyecto fue abandonado cuando
una empresa privada lo compró del gobierno. Yo fui a los Estados Unidos para
ganar dinero que yo podría enviar a mi familia en Bolivia. Mi tiempo en los
Estados Unidos consistió en trabajos aleatorios- de las granjas de naranjas a
la construcción de las carreteras. Después de dos años en los Estados Unidos
volví a Bolivia porque echaba de menos a mi familia, especialmente a mi hija,
Belén.
Hoy,
la misma situación está ocurriendo con los servicios de agua. El gobierno no
tiene dinero y para obtener este dinero, según el gobierno, mi gente necesita
pagar. Necesitamos sobrevivir, pero necesitamos agua para hacerlo. Nos dijeron
que la vida va a ser mejor, pero esto nunca es la realidad. Nadie aquí puede
pagar el precio del agua. Nadie aquí puede pagar el precio de la vida.
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Hace
mucho calor hoy. Belén y yo hemos estado esperando en la fila casi tres horas.
Tenemos mucha hambre y sed, pero no quiero salir. Hace un año y medio desde que
volví a Bolivia, pero ha sido difícil a encontrar un trabajo estable. Estoy
aquí porque los anuncios dicen que “a todos se les dará la oportunidad.” La
oportunidad es estar en una película. La gente dice que la película es por un
productor famoso de España pero no lo conozco. Estoy aquí para ganar dos
dólares cada día para mi familia.
También necesito dinero para la ciudad de Cochabamba. Estamos organizado
contra el gobierno y los precios de agua. Dentro de unas semanas habrá una
revuelta en las calles y vamos a empezar en frente de del edificio de Aguas del
Tunari. Vamos a organizar una revolución en las calles de Cochabamba si
necesitamos.
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Finalmente
los blancos llegan al centro comunitario donde se están llevando a cabo las
audiciones. El director de la película elige a ocho personas en la fila y le
dice a los demás que vuelvan a casa. Belén me da un codazo porque ella estaba
muy emocionada por la audición. Yo grito a los extranjeros, “¡esto no es justo.
Los anuncios dicen que todos recibiremos una oportunidad!” El director bajito
con la barba se me acerca y después de unos momentos él acepta mi solicitud.
Durante
la audición no puedo pensar en el guion. Yo pienso en la incapacidad de las
mujeres para cocinar, la incapacidad de los niños para bañarse, y la
incapacidad de los hombres para regar las cosechas, y la incapacidad de mi hija
para tener un futuro. Quiero este papel para ayudar mi familia y la gente de
Cochabamba. Con los ingresos de ser un actor yo puedo comprar banderas, anuncios,
un megáfono y otros materiales. Ellos planean una película, pero yo planeo una
revolución por nuestra agua.
Lindsay McPhail 2013
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