martes, 22 de octubre de 2013

Ni siquiera la lluvia

En este cuento, mi estudiante Lindsay McPhail imagina la perspectiva de Daniel, uno de los protagonistas de la película También la lluvia (Iciar Bollaín (2010) y le inventa una biografía. Me gusta esta manera de empatizar con América Latina: intentar ponerse en el lugar del otro, convertir en sujeto al objeto de la representación.

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Hace dos meses desde que nuestra familia recibió el aumento del 200 por ciento en la factura de agua. La factura por mi agua es más de lo que puedo pagar. La gente aquí en Cochabamba no sabe qué hacer. Hemos tratado de cavar túneles para conectar tuberías de los manantiales a nuestros pueblos, pero la policía llega todos los días al mediodía para cerrar y bloquear los pozos. La policía confisca nuestros cubos para cobrar el agua de lluvia también.  Ya no es nuestra agua, ni siquiera la lluvia.

Desde que era niño, el gobierno en Bolivia ha privatizado las industrias públicas. Primero fueron los ferrocarriles, y después los sistemas de teléfono y las compañías aéreas. Como resultado de estas transiciones, muchas personas perdieron sus trabajos. A consecuencia de la corrupción del gobierno yo perdí mi trabajo en la industria de construcción. Mi asignación fue una estación de tren solamente veinte minutos al norte de mi casa. Se suponía que la estación era una parte de un ferrocarril nuevo, pero el proyecto fue abandonado cuando una empresa privada lo compró del gobierno. Yo fui a los Estados Unidos para ganar dinero que yo podría enviar a mi familia en Bolivia. Mi tiempo en los Estados Unidos consistió en trabajos aleatorios- de las granjas de naranjas a la construcción de las carreteras. Después de dos años en los Estados Unidos volví a Bolivia porque echaba de menos a mi familia, especialmente a mi hija, Belén.

Hoy, la misma situación está ocurriendo con los servicios de agua. El gobierno no tiene dinero y para obtener este dinero, según el gobierno, mi gente necesita pagar. Necesitamos sobrevivir, pero necesitamos agua para hacerlo. Nos dijeron que la vida va a ser mejor, pero esto nunca es la realidad. Nadie aquí puede pagar el precio del agua. Nadie aquí puede pagar el precio de la vida.
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Hace mucho calor hoy. Belén y yo hemos estado esperando en la fila casi tres horas. Tenemos mucha hambre y sed, pero no quiero salir. Hace un año y medio desde que volví a Bolivia, pero ha sido difícil a encontrar un trabajo estable. Estoy aquí porque los anuncios dicen que “a todos se les dará la oportunidad.” La oportunidad es estar en una película. La gente dice que la película es por un productor famoso de España pero no lo conozco. Estoy aquí para ganar dos dólares cada día para mi familia.  También necesito dinero para la ciudad de Cochabamba. Estamos organizado contra el gobierno y los precios de agua. Dentro de unas semanas habrá una revuelta en las calles y vamos a empezar en frente de del edificio de Aguas del Tunari. Vamos a organizar una revolución en las calles de Cochabamba si necesitamos.
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Finalmente los blancos llegan al centro comunitario donde se están llevando a cabo las audiciones. El director de la película elige a ocho personas en la fila y le dice a los demás que vuelvan a casa. Belén me da un codazo porque ella estaba muy emocionada por la audición. Yo grito a los extranjeros, “¡esto no es justo. Los anuncios dicen que todos recibiremos una oportunidad!” El director bajito con la barba se me acerca y después de unos momentos él acepta mi solicitud.

Durante la audición no puedo pensar en el guion. Yo pienso en la incapacidad de las mujeres para cocinar, la incapacidad de los niños para bañarse, y la incapacidad de los hombres para regar las cosechas, y la incapacidad de mi hija para tener un futuro. Quiero este papel para ayudar mi familia y la gente de Cochabamba. Con los ingresos de ser un actor yo puedo comprar banderas, anuncios, un megáfono y otros materiales. Ellos planean una película, pero yo planeo una revolución por nuestra agua.
Lindsay McPhail 2013

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