miércoles, 9 de abril de 2014

Patas de pollo

En este cuento de Carol Balshaw, inspirado por el realismo mágico, los problemas de acoso escolar que tiene la protagonista acabarán de modo sorprendente. Un hermoso final para un cuento inquietante.

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Carmen no podía dormir.  Cada vez que cerraba los ojos veía la misma escena: una muchedumbre de niños riendo y burlando de ella mientras la profesora la castiga por no saber los divisores de 100, el orden de los planetas y los nombres de los pájaros de la selva.  Cuando finalmente vino el amanecer, se quedó en la cama aferrándose a la sábana. 

- Madre, por favor no me hagas ir... ¡No quiero! ¡Si me haces, te prometo que nunca me verás más!

-Tranquilízate, hija.  Es tu primer día de escuela, tienes que ir.  Además, no te gustaría hacer algunos nuevos amigos?”

La verdad era que Carmen no tenía ningún amigo.  Era una chica quieta, a quien le gustaba estar sola, mirar a las nubes y desenterrar gusanos.  Se encontraba con sus mejores amigos en el jardín trasero.  Además, los otros niños no parecían gustarle mucho tampoco.  Siempre estaban burlándose por su apariencia- la nariz grande, los extremidades delgadísimas y la voz alta y chillona. 

Sin embargo, después de mucha coerción por su madre y una amenaza para quitar su jarra de gusanos, Carmen comenzó la caminata temida a la escuela.  Había caminado dos cuadras cuando vio un grupo de niñas de su clase.  Pensando en las palabras de aliento que había ofrecido su madre, recogió el valor suficiente para correr hasta ellas y darlas saludos.  Sin embargo, al ver Carmen las chicas mezquinas comenzaron a reírse disimuladamente y señalar a la falda. 

-¡Mira qué flaca eres.

-¡Y con los pies tan larguísimos!

-Tienes las piernas como unos mondadientes.  ¡Márchate, patas de pollo!

Carmen contestó con dudas: “Pues, no soy tan delgada…” pero a ver las caras burlonas, se puso desconcertada.  Cruzó la calle y corrió tres cuadras más hasta que no pudiera ver las chicas.  Sin aliento miró a las piernas para descubrir que habían cambiado.  Ahora sí eran tan flacas y de una textura escamosa.  También sus pies habían crecido a través de los zapatos hasta que los dedos del pie estaban visibles, pero ahora eran bastante grandes y puntiagudos.  Alarmada, Carmen corrió el resto del camino hasta la escuela. 

Avergonzada por las piernas deformadas, ella se sentó en el fondo de la clase, pero cuando vino la hora de recreo, la profesora no le permitía quedarse.  Caminaba lentamente por el patio donde jugaban los otros niños y se aseguró de quedarse hasta la pared para que no atrajera mucha atención.  Sin embargo, una pelota salió volando de la nada bruscamente y la golpeó en plena cara.  Con ojos mojados, Carmen vio los otros chicos riendo y señalando otra vez.  Rápidamente se dio la vuelta y corrió hasta el baño dentro de la escuela.  Mirando por el espejo, Carmen intentó de curar la nariz por frotándola, pero poco a poco creció en tamaño y empezó a ponerse amarilla.  Confundida, ella salió del baño para pedir a la profesora una bolsa de hielo.

A abrir la puerta de la clase Carmen descubrió que el recreo había terminado y todas sus compañeros estaban sentadas en la clase. 

-Perfecto. -dijo la profesora a. verla entrar.- Carmen, ¿puedes mostrarnos por la pizarra qué es 50 menos 12?

Porque ella sabía la respuesta, marchó hacia el frente de la clase con confianza.  Escribió el número y se dio la vuelta hasta la profesora, pero descubrió la cara confundida.  Además, unos compañeros en la clase habían comenzado a reír en voz baja.  Sospechosa, Carmen miró a la respuesta en la pizarra otra vez y dejó escapar un jadeo.  Había escrito 62 en vez de 38, e intentó corregirse inmediatamente.  Sin embargo, cuando trató de coger la tiza, la dejó caer.  Y cuando trató de cogerla de nuevo, se cayó al suelo.  En ese punto toda la clase estaba llena de risa.  Ahora frustrada, Carmen alcanzó a la goma de borrar pero vio que su mano había desaparecido.  En vez de dedos, tenía cinco plumas blancas y delgadas.  A examinar el brazo, descubrió que las plumas extendieron hasta el codo.  Aterrorizada, ella huyó de la sala.  Corrió por los pasillos y de repente estaba en la calle.  Con las risas resonando en sus oídos ella siguió corriendo.  En un momento ella trató de mirar por encima del hombro a la escuela, pero no estaba allí.  Miró al suelo, pero tampoco no estaba.  Miró adelante, y con la primera sonrisa del día se lanzó adelante con los brazos y voló hasta el horizonte. 

Carol Balshaw 2014

  

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