martes, 20 de noviembre de 2012

Sapientia


El cuento libre de Silvia Cámara es toda una reflexión sóbre el cambio en el espacio social del saber. Una reflexión sobre el sentido y la utilidad social de la erudición, que es también un relato inquietante, y crepuscular...

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Cruzo de nuevo, como cada sábado, la puerta de madera gruesa que chirria y se abre con aquella llave pesada. Detrás de aquella cortina transparente negra están ellos, sentados en sus sillas de brazos y leyendo, sin parar de leer, mi hermana Olivia y mi cuñado Félix.

Ellos eran dos grandes estudiosos, no sabría deciros de qué, ellos estudiaban todo, ahora estaban embarcados en un nuevo proyecto, decían que su sacrificio por esta vez les merecería la pena. Se habían conocido con quince años en uno de esos veranos que tanto gusta a los enamorados y desde entonces su recorrido había llevado caminos paralelos, ella se convirtió en maestra y él en médico, diferentes, pero iguales, una pasión les unía por encima de todo, el deseo del saber.

El saber para ellos no tenía fin, no imaginaban otra vida que fuese más completa que el hecho de tener capacidad de leer, aprender y beber de todas las fuentes del conocimiento, les gustaba la historia, la literatura, la filosofía, la ciencia, la economía, la religión. Por eso es que yo tenía tanta complicidad con ellos, entendían mi oficio, respetaban mis creencias y opinaban que había en aquello la única esperanza de salvación a la que el ser humano se agarraba.

Sus veranos en el campo le servían para estudiar las plantas y los animales en su naturaleza, las grandes diferencias o no tantas, que existían entre algunas especies y nosotros, yo siempre les acompañaba y pedían mi opinión para saber como se concebían esos hechos en mi religión. Mi hermana a menudo me trataba con cierta actitud de superioridad, con un proteccionismo hacia la inocencia de aquellos que no entienden nada más que de una realidad, pero sin embargo pensaba que yo era el más feliz de todos ellos, pues había encontrado algún fin.

Vivían en una casa antigua a las afueras de la ciudad, como grandes intelectuales les gustaba todo aquello que tuviese olor a antiguo, que tuviese aspecto a histórico y que reflejase la sapientia .La casa solo tenía tres habitaciones y una cuadra. La entrada principal daba paso al salón que recogía en sus paredes algún escudo y algunas espadas pertenecientes a los antiguos propietarios.  Aquel invierno fue muy largo y la nieve cayó con fuerza, de modo que muchas de las semanas me encargaba en subirles comida y nuevos libros a aquellos dos despistados enamorados. La imprenta empezaba ahora a despegar, todos los grandes libros estaban recorriendo el mundo a través de importantes editores y grandes distribuidores, pero Olivia y Félix aún seguían teniendo la sensación de llegar tarde a enterarse de todas los nuevos descubrimientos y de no tener tiempo de asimilar o relacionar todos los conocimientos actuales, así es que en el siguiente invierno hablaron conmigo seriamente y me dijeron que aprovechando las largas estancias que iban a pasar encerrados en aquella casa iban a estudiar todos los libros que tenían recogidos en aquellos dos estantes que ocupaban el medio del salón y conformaban su biblioteca polvorienta. Iban a realizar  la recopilación de los saberes actuales del mundo, de todos los conocimientos de la época, la obra más grande que la historia conocería, dejarían un año de ejercer sus profesiones y  se dedicarían íntegramente a esa labor. Yo me tendría que encargar del abastecimiento de comida y otros encargos de la ciudad una vez por semana, para no interrumpirles, los sábados por la noche. Yo quedé impresionado sobre esa decisión, pero pensé que un año se pasaba rápido y acepté con la condición de que en aquella gran obra apareciesen también las cuestiones religiosas.

Cada sábado llegaba de noche pues, tras las misas matinales y de la tarde, pero corría entusiasmado por el camino dónde me dejaban los caballos y subía la colina de la casa dónde siempre me esperaban novedades y cuestiones que comentar sobre los nuevos avances que estaban haciendo, pensaban que en el verano podrían tener acabada más de la mitad de la recopilación de conocimientos. A la luz de esa vela pasábamos las noches hablando, tras el resplandor de nuestras tres gafas, y nos parecía tan innovador y poderoso el proyecto que ciertas risas alocadas salían resonando de nuestras gargantas.
El proyecto había pasado el verano sin un fin claro, y el otro verano y el invierno, llevábamos cuatro años sacando y metiendo libros en la estantería, cada vez parecía gustarnos más y nos mirábamos cada noche desafiantes, con palabras entre dientes, porque yo no me creía mucho sus ciencias, la literatura era un artificio y bueno, filosofear está bien pero no llega a gran lugar. Sin embargo, ella amaba la literatura como verdad sobre todas las cosas, decía que en ella se escondía la psicología que curaría todos los males, mi cuñado sin embargo pensaba que solo la medicina y las ciencias serían capaces de curar y yo mientras tanto afirmaba con rotundidad en mi cabeza que la salvación solo estaba en manos de Dios.

Un sábado llegué antes de lo inesperado, era de nuevo invierno, Olivia había abierto la enorme ventana de madera gruesa y oscura con relieves profundos de cuadrados y unas manillas negras de hierro. Estaba con su pelo suelto negro y su piel pálida, como jamás nunca la había visto antes, mirando hacia el horizonte, hacia la luna. Entré corriendo y la cerré, le dije que qué estaba haciendo con ese frío y la ventana abierta, iba a enfermar, ella solo me dijo que estaba cansada de estar siempre en el mismo lugar, con el mismo hombre y con una vida tan monótona.

- ¡Acabad ya con todo esto, ya tenéis información suficiente! Le dije. Y ¿Dónde está Félix?¿qué haces fumando?.Nos sabía entonces que esa reprimenda luego iba a ser un vicio compartido por los tres, junto al alcohol y el hambre de conocimiento.

-Está durmiendo. Llevamos ya mucho tiempo sin apenas comer y estaba agotado, pero a la hora que piense que tu llegarás se levantará.

-¿No estás leyendo? Y ¿dónde están tus gafas?

-Me ha mejorado mucho la vista desde que no me da tanto la luz, creo que estoy mejorando con los años, ¿no crees Teodor? .Me lo dijo con una voz grave, envolvente, mientras se miraba en el espejo. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre.

Se levantó Félix, tenía los pelos desastrados y andaba un poco aturdido, se chocó con la mesa que había al salir de la habitación y tiró al suelo todos los libros que Olivia había preparado esa tarde. La expresión de mi hermana nunca la olvidaré, fue como monstruosa, casi diabólica, el amor ya no existía en aquella casa, la obsesión del saber había acabado con él. No había tiempo para compañerismos, no había tiempo para nada más que para leer, recoger información y reagruparla en aquellos grandes libros que estaban conformando; plumas y cabezas trabajaban casi al unísono, rellenando algunos de los papeles que yo traía a escondidas de la Iglesia o encima de algunos libros que habían sido requisados por herejes.

Nada me parecía normal ya en aquella casa, la información no se encontraba ordenada y no servía de nada, incluso ellos no se acordaban de muchas de las cosas que habían leído. Pregunté un día a Félix si no veía un poco rara a mi hermana, había cambiado, me pedía que llegase antes de que él despertara y la notaba como si me tuviese que hacer alguna confesión, a veces incluso se me insinuaba, aunque eso no se lo iba a decir a mi cuñado.

-¿No necesitará que le prestes un poco más de atención? Le pregunté. Además de leer, ¿Cumplís vuestras obligaciones maritales?, aún no me habéis otorgado ningún regalo de Dios y ya sabes que las mujeres se vuelven algo locas si les falta esa cuestión.

-No hay tiempo de nada, tenemos que conocer todo lo que esté en nuestras manos y debemos difundirlo.

Pasó otro año y Olivia se había convertido en esqueleto, mientras Félix permanecía frente a ella con la mirada perdida, en su sillón de brazos y envuelto en papeles. De vez en cuando prestaba un poco de atención a Olivia, cuando ella quemaba con alguno de sus cigarrillos algún papel en el que él escribía, o la propia mano de este si no reaccionaba a la primera.

Cada sábado me gustaba menos lo que veía, mi hermana abría las ventanas todas las noches y Félix dormía hasta que se escondía del todo el sol, aquella cortina negra transparente hacía que pareciese que entraba en un mundo oscuro, que contrastaba con la luz que atravesaba la cúpula mientras yo recitaba misa.

Había ido todo demasiado lejos, la hora de sacar a la luz toda nuestra sabiduría, toda nuestra labor, había llegado al fin. Hablé con uno de los editores-distribuidor con más influencia en la época, viajaba por todo el mundo y su obra sería la obra universal de todos los tiempos, les haría populares y todo volvería a la normalidad, a aquellos veranos de campo y a aquellos paseos familiares. Se lo dije a los otros dos protagonistas del proyecto y estuvieron de acuerdo, sus miradas volvieron a centrarse y decidieron ir a peinarse y a cambiar su ropa de casa por ropa de calle. Mientras esperaba en la puerta vi moverse la cortina negra, el aire entraba por algún sitio, de nuevo Olivia había abierto las ventanas y su mano roja manchaba la madera de los ventanales. Con sus dos ojos penetrantes negros me dijo:

-Ahora tú serás mi amante Teo, solo tú me puedes amar como a un ser divino. Y solo tú comprendes la importancia de mis estudios.

-¡Yo no los comprendo Olivia! Yo solo creo en Dios.

-Bien, pues me quedaré aquí con los únicos que creen en mí. Los libros de literatura.

-¿Y Félix?

-Ya me ha dicho que también cree en ellos.

Salí corriendo de aquella casa, con el libro de los conocimientos bajo el brazo, no podía asimilar lo que estaba pasando, me quedé en la puerta, jadeando de nerviosismo, apoyando las manos en mis rodillas, dejando que el frío rozara mi cara, rasgara mis manos. Al mirar al frente, no estaba mi carro de caballos.
Bajo el camino resplandecían unos grandes carteles de luces que me cegaban y anunciaban unas cajas metálicas con cuadraditos de letras y números y un cable que salía de la caja y tenía una forma redonda también plateada colgando. Bajo el dibujo aparecían unas letras en un idioma que no logré descifrar: The sapientia of 2012 . Apple. De nada servía nuestro trabajo, en aquel lugar ya no hablaban nuestro mismo idioma.
Silvia Cámara 2012


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